martes, 1 de junio de 2010

Consulta a los grandes historiadores catalanes


La interpretación de la historia de Cataluña se vuelve a veces muy difícil y enojosa porque desde la segunda mitad del siglo XIX la historiografía romántica catalana se infecta de preocupaciones políticas y se dedica, en buena parte, a respaldar las pretensiones oportunistas del nacionalismo y aun del separatismo catalán, a veces con una capacidad de manipulación sencillamente insólita. Primero, ya en el siglo XX surgió la manía de considerar a Vifredo el Velloso poco menos que como fundador de la Cataluña independiente. Nada importaba a los promotores de tales ensueños el hecho cierto de que en el siglo de Vifredo faltaban siglos enteros para que apareciera el nombre de Cataluña; la manía persistió tenaz hasta despeñarse en el despropósito. En vista del fracaso, algún genio de la Historia negra que formaba parte de la corte cultural de ex presidente Pujol se inventó muy oportunamente nada menos que la conmemoración del Milenario de Cataluña para el año 1988; so pretexto de que en 988 el conde de Barcelona Borrell II había dejado sin respuesta una carta del rey de Francia Hugo Capeto en el que el rey pedía al conde que acudiese a su presencia, cosa que Borrell no hizo (ni tampoco el rey había acudido a la cita). En tan deleznable motivo fundaba el señor Pujol todo un Milenario de Cataluña, que en 988 no existía como unidad, ni se llamaba Cataluña.

Prefiero acudir, para la historia de Cataluña, a dos notabilísimos historiadores catalanes, además de don Ramón de Abadal. Uno es el profesor Marcelo Capdeferro, en su espléndido libro Otra historia de Cataluña, y sobre el cual la censura cultural de la Generalidad catalana tendió un silencio temeroso más negro aún que el del conde Borell. Otro es Jaime Vicens Vives, en su Aproximación a la Historia de España, en cuya autoridad indiscutible me apoyo para formular las siguientes consideraciones:

Jaime Vicens Vives esboza en varios puntos de su maravilloso libro el nacimiento de Cataluña, que no nació en 988 como realidad histórica ni siquiera como nombre; faltaban siglos para el nombre, y la entidad que se conocería como Cataluña tampoco brotó formalmente en un momento dado, sino como una confluencia –muy posterior- de carácter vital, sin una fecha concreta para el arranque. Vayamos a Vicens:

1. La reivindicación hispánica en el Cantábrico. “Astures y cántabros, que siempre habían sido los grupos más reacios a ingresar en la comunidad (romana) peninsular, se erigieron en continuadores de la tradición hispánica” (Vicens p.60). La resurrección de esta tradición hispánica es, por tanto, anterior al nacimiento de Cataluña; data del mismo siglo VIII en el que se produjo la invasión islámica de la Hispania romano-visigoda. Sánchez Albornoz ha demostrado que el rebrote de esa tradición hispánica es virtualmente simultáneo con la rebelión asturiana contra el invasor. Y es que conviene estudiar siempre la historia de Cataluña donde realmente se desarrolla desde principio a fin, en el contexto hispánico.

2. La situación europea e hispánica del embrión catalán. Pero la resistencia, la reacción y la recuperación hispánica surgieron también en los Pirineos orientales, sobre lo que sería solar catalán. Por impulso que fue también europeo. “Carlomagno incorporó a su imperio a los condados catalanes surgidos en el curso de sus campañas entre 785/801, los que fueron englobados en un cuerpo político mal definido, llamado Marca Hispánica”. (Vicens p.62).

3. Este cuerpo mal definido ¿era algo semejante a una nación? De ninguna manera; los núcleos hispánicos de resistencia eran “desde Galicia a Cataluña, simples islotes-testimonio ante la marea musulmana” (Vicens p.59).

4. La dependencia catalana de Francia –que no se dio en el reino de Asturias- se trasluce en la ausencia de un reino catalán; jamás existió un Rey de Cataluña. Incluso cuando se produjo la relativa y problemática desobediencia del conde Borrell II estamos dentro del periodo de dependencia señalado por Vicens:

“Pese al establecimiento de una dinastía condal propia por obra de Vifredo el Velloso (874-898), él mismo descendiente de Carcasona en el Languedoc, es evidente que durante dos centurias los condados catalanes latieron al ritmo de Francia” (Vicens p.62).

5. La Cataluña originaria (que no se llama todavía Cataluña) no era nación, sino políticamente un conjunto de divisiones administrativo-militares (condados no unificados), aunque también genéricamente un pueblo que iba alumbrando –en su dependencia de Europa y en su lucha contra el Islam- profundos rasgos originales de personalidad. Lo mismo que Castilla, que por cierto parece significar lo que Cataluña y nacía casi a la vez que su hermana pirenaica, europea y mediterránea: “Es en la época del obispo Oliba cuando cristaliza definitivamente la conciencia catalana de formar una personalidad aparte. Una generación más tarde, el conde barcelonés Ramón Berenguer I el Viejo (1035-1076) definía, en el famoso Código de los Usatges, el carácter jurídico y social peculiar del país” (Vicens p.67). Pero Capdeferro, que ha arrinconado con toda razón algunas persistencias sobre Vifredo el Velloso, a quien la leyenda catalanista quiso hacer el creador de Cataluña, se apoya en las investigaciones de Fernando Valls Tabemer para retrasar la conformación propiamente dicha de los Usatges hasta el siglo XV, cuando se tradujo al catalán la compilación hecha en el siglo XI bajo Ramón Berenguer I (Otra historia de Cataluña p.47)

6. En todo caso la famosa desobediencia del conde Borrell II en 988 no inició, como se pretendía conmemorar artificialmente en el presunto Milenario de 1988, un periodo soberano, ni menos nacional del que mucho después se llamaría no reino, sino principado de Cataluña.


Ya hemos visto cómo, según Vicens, continuó de iure la dependencia de Francia en el caso del principal de los condados catalanes; pero es que además existían otros, fuera de la órbita de Barcelona durante siglos. Y encrespadas las relaciones institucionales (no formalmente rotas) con el Rey de Francia, “no existía aún dentro de la propia Cataluña (que tampoco existía como tal) el poder superior que pudiese sustituir al Rey de Francia; precisaba buscarlo fuera”.

Este poder soberano superior era la Santa Sede, a la cual se enfeudaron los condes de Barcelona, por ejemplo Ramón Berenguer III el Grande (1090-1131).

Conviene insistir en la aparición simultanea de Castilla y Cataluña: “He aquí un momento trascendental en el porvenir peninsular. Aparece ahora realmente Castilla en la historia. El pueblo castellano –de sangre cántabra y vasca- se configura en una sociedad abierta, dinámica y arriesgada como lo es toda estructura social en una frontera que avanza” (Vicens p.68-69) Nace así, paralela a la personalidad de Cataluña, la personalidad de Castilla, con el mismo nombre, el mismo horizonte, con la misma lucha, con el mismo destino. (Nacen, matizaríamos, las realidades globales, no los nombres. Nace, plena y unitaria, Castilla. Nace, como espíritu, aunque todavía dividida, Cataluña. Pero la intuición de Vicens sobre el paralelismo de esas dos fuentes de España es, en lo esencial, admirable).

En el condado de Barcelona, Ramón Berenguer I reunió los estados hereditarios, pero el gran conde reconquistador en esta época fue Ramón Berenguer III el Grande, en el primer tercio del siglo XII. Incorporó los condados de Besalú y Cerdeña; repobló la tierra de Tarragona, donde consolidó la sede arzobispal; conquistaba, efímeramente, la isla de Mallorca.

A largo plazo, el matrimonio de la única hija del rey Ramiro II de Aragón, doña Petronila, con el conde Ramón Berenguer IV de Barcelona en el año 1137 sería un paso decisivo para la unidad de España. Acudamos nuevamente al magisterio catalán e hispánico de Jaime Vicens Vives.

Vivían los condados catalanes, aun después de la presunta (y falsa) independencia de uno de ellos, bajo una distante soberanía francesa (Vicens p.79) cuando van a integrarse en su primera realidad estatal propia, que no es un Estado catalán sino la gloriosa Corona de Aragón. La presión expansiva de Castilla, la remota soberanía francesa en competencia con la más efectiva del Papa y la discreta, pero resuelta actitud de la Santa Sede “echaron a los aragoneses en brazos de los catalanes y obligaron en cierta medida a la aceptación de esa fórmula de convivencia” (Vicens p.78-79).

“Fue, pues, la decisión catalana la que contribuyó al nacimiento (pleno) de la Corona de Aragón –por el matrimonio del conde Ramón Berenguer IV de Barcelona con la infanta Petronila, hija de Ramiro II de Aragón-. Acostumbrados los condes barceloneses a la coexistencia de varias soberanías en el país catalán (condados de Barcelona, Urgell, Rosellón, etc.) impulsaron un mutuo respeto a las características de los dos Estados (mejor, diríamos nosotros, el Estado y el condado) que se unían en aquella ocasión en un régimen de perfecta autonomía” (Vicens p.78-79). Cuando se afirma, pues, políticamente el gran condado de Barcelona, clave aunque todavía no totalidad de Cataluña, lo realiza hacia la unión en una entidad superior, no hacia la disgregación. Maravilloso el acorde final de Vicens Vives: “El nacimiento de una España viable, forjada con el tridente portugués, castellano y catalano-aragonés es el mérito incuestionable de Ramón Berenguer IV. Pluralismo que jamás excluyó la conciencia de una unidad de gestión en los asuntos hispánicos” (Vicens p.80).

Por su parte, Capdeferro recuerda que la unión de Ramón Berenguer IV y Petronila no fue la de Cataluña y Aragón, como suele repetirse; primero, porque no existía aún el nombre ni la realidad completa de Cataluña; segundo, porque dentro del territorio catalán convivían, junto al gran condado de Barcelona, otros varios independientes de él, como el Pallars Jussá, Rosellón, Pallars Subirá, Ampurias y Urgel.

Ramón Berenguer IV nunca utilizó el título de Rey; gobernó Aragón pero sin esa dignidad. Sus herederos se llaman reyes de Aragón y condes de Barcelona; el condado fue pasando a segundo y tercer término dentro de la titulación de la Corona aragonesa, como se lamentan algunos historiadores nacionalistas que también se mostrarán disconformes –siete siglos después- con la “debilidad” generosísima que Jaime I el Conquistador demostró hacia Castilla. Y es que los grandes reyes, en su tiempo, veían mucho más claro que algunos grandes –y sobre todo pequeños- historiadores que escriben en el nuestro.


Notas:

Texto sacado del libro “Historia Total de España” de Ricardo de la Cierva.

Fernando Sor


El que pasaría a la historia por ser el compositor para guitarra más importante del siglo XIX nació en Barcelona el 13 de febrero de 1778.

De familia acomodada, estudió música en la escolanía de Montserrat, de donde salió para ingresar en la academia de oficiales del Ejército, siguiendo la tradición militar de su familia.

Con diecisiete años se alistó voluntario para luchar contra los franceses en la Guerra de la Convención (Guerra Gran).

Cuando los franceses entraron en España en 1808 se encontraba viviendo en Málaga. En abril de ese año se había trasladado a Madrid, donde asistió al levantamiento del 2 de mayo. Ante los violentos hechos madrileños Sor se alistó de nuevo en el ejército, si bien su actividad fue más importante en el campo musical: a él se debió la música del Himno de la Victoria –con letra de Juan Bautista Arriaza- que entonaron las tropas del general Castaños al hacer su triunfal entrada en la capital de España tras la victoria de Bailén, y que pronto sería cantado por todo el país. Un extracto de aquel himno:


“Venid, vencedores, de la Patria honor,
recibid el premio de tanto valor.
Tomad los laureles que habéis merecido,
los que os han rendido Moncey y Dupont.
Vosotros, que fieles habéis acudido
al primer gemido de nuestra opresión.
Venganza os llamaba de sangre inocente,
alzasteis la frente que jamás temió.
Y al veros, los dueños de tantas conquistas
huyen como aristas que el viento arrolló.
Vos de una mirada que echasteis al cielo
parasteis el vuelo del Águila audaz;
Y al polvo arrojasteis con iras bizarras
las alas y garras del ave rapaz.
Llegad ya, provincias, que valéis naciones,
ya vuestros pendones deslumbran al sol:
pálido el Tirano tiembla, y sus legiones
muerden los terrones del suelo español.
¡Oh, qué hermosos vienen! ¡Su porte, cuán fiero!
¡Cuál suena el acero! ¡Cuál brilla el arnés!
Estos son guerreros valientes y bravos,
y no los esclavos del yugo francés.
Funesto es el día, francés orgulloso,
y el campo ominoso que pisas también:
la sombra de Alfonso, con iras más bravas,
su gloria en las Navas defiende en Bailén.
¡Oh, cuán claros veo brillar en sus ojos
los fieros enojos que van a vengar!
¡Oh, cuánto trofeo que ganó su espada,
verá consolada la Patria en su altar!
¡Oh Patria, respira de males prolijos,
descansa en los hijos que el cielo te dio!
ni temas que el arte falte a su fortuna:
soldados la cuna naciendo los vio.
Tiempo es ya que altiva la frente levantes,
pues llegan triunfantes los hijos del Cid.
Venid, vencedores, columnas de honor,
la Patria os da el premio de tanto valor”.


La alegría, sin embargo, duraría poco. Ante la derrota de Bailén un contrariado Napoleón se ponía en persona al mando de la invasión de España, que sería consumada tras una brillante campaña y con la que restauraría a su hermano José en el trono.

Los restos del vencido ejército español y numerosos civiles huyeron hacia Andalucía ante el irrefrenable empuje del ejército imperial. Sor fue uno de los que se refugiaría en Sevilla, donde se había establecido la Junta Central. Durante su estancia en la capital andaluza en 1809 compondría otro himno patriótico, con letra del mismo Arriaza y que también conseguiría gran eco popular, Los defensores de la Patria. A continuación podéis leer un extracto de aquel himno:


“Partamos al campo, que es gloria partir.
La tropa guerrera nos llama a la lid.
La Patria oprimida con ayes sin fin
convoca a sus hijos, sus ecos oíd.
iQuién es el cobarde, de sangre tan vil,
que en rabia no siente sus venas hervir!
¡Quién rinde sus sienes a un yugo servil,
viviendo entre esclavos, odioso vivir!
Sabrá el suelo patrio de rosas cubrir
los huesos del fuerte que espire en la lid.
Mil ecos gloriosos dirán: Yace aquí
quien fue su divisa triunfar o morir
Vivir en cadenas
¡Cuán triste vivir!
Morir por la Patria
¡Qué bello morir!”.


Sor fue nombrado capitán del regimiento de voluntarios de Córdoba, si bien es posible que no llegase a entrar en combate debido a la fulminante ocupación francesa, que abortó buena parte de los intentos de organizar la resistencia. Éste fue el momento clave en la vida de Fernando sor. Su ideología liberal y el hecho de creer consolidado el poder napoleónico en España le llevaron, al igual que a numerosos afrancesados, a prestar juramento de fidelidad a José Bonaparte y a trabajar en la nueva administración ocupando el cargo de comisario de la provincia de Jerez, para lo cual su conocimiento de la lengua francesa hubo de ser factor primordial.

A pesar de esta colaboración con el invasor, la fidelidad política de sor no acabaría nunca por quedar aclarada. Aunque no saldría a la luz en el momento de su composición (1812) sino bastantes años después, durante su actividad como funcionario de la administración napoleónica en Andalucía compondría la Canción relativa a los sucesos de España desde la partida del rey Fernando VII hasta el fin del año 1812 –más conocida por su verso inicial A dónde vas, Fernando incauto-, en la que trasladó al pentagrama, a la vez que una justificación de su actitud, sus amargas reflexiones sobre la división nacional que la guerra había provocado, división que deploraba y que, sin duda, correspondía a lo que él mismo sentía como patriota español y, a la vez, partidario de las ideas surgidas de la Revolución Francesa.

En esta ocasión, Sor fue el autor tanto de la música como de la letra:


“A dónde vas, Fernando incauto, no salgas de tu nación,
mira que un pueblo que te adora sabe quién es Napoleón;
Huye del lazo que te tiende, burla su ardid y su intención
(…).
Mas como el bueno a todos juzga según su noble corazón,
juzgó Fernando incompatible con la diadema la traición,
de la amistad dudar no supo aquel que engaños estudió,
silencio impuso a sus vasallos y su camino prosiguió
(…).
El que su amigo se llamaba, que le ofreció su protección,
le despojó de su corona y en castillo le encerró.
Los españoles, irritados contra perfidia tan atroz,
juran vengar a su monarca y honrar el nombre de Español:
A un tiempo el grito de venganza por toda España resonó,
y todos toman por divisa su Rey, su Patria y Religión
(…).
Por otra parte los malvados que de España son borrón,
se entregan al asesinato, al robo y la devastación;
y sirve el nombre de Fernando de impunidad a la agresión.
Los españoles dividieron en este caso la opinión;
los que evitar quieren estragos recurren a la sumisión;
juzgan inútil y aun funesta tan pertinaz obstinación,
y que la lucha proseguida completará su destrucción.
Los que imaginan que la Patria puede encontrar su salvación
por otros medios diferentes, huyen al último rincón
(…).
La triste España hecha el teatro de la desgracia más atroz,
mira a sus hijos divididos; ¡Oh desventura la mayor!…
Éste a aquél trata de insensato, y aquél a aquéste de traidor…
mal haya amén el ambicioso que ocasionó tal división.
Oh Dios inmenso, que leyendo en el humano corazón
ves cuáles son mis sentimientos y mis deseos cuáles son,
une los votos españoles, cese la fiera disensión;
vivamos todos como hermanos, que así prospera una nación”.


Tras tres años de guerra, los franceses acabaron evacuando el país que tan poco les había costado ocupar y que se había mostrado imposible de vencer. El afrancesado Sor hubo de salir de España junto los franceses y unos cuantos miles de compatriotas en su misma situación.
Sor jamás regreso a su patria.

Los últimos años de su vida, retirado de la actividad concertística y dedicado al profesorado, fueron muy amargos para Sor. Su esposa y su hija adolescente murieron con pocos años de diferencia, lo que le dejó solo y amargado. Además, un cáncer de lengua le privó del habla, y tras una larga y dolorosa agonía, le provocó la muerte el 8 de julio de 1839.

Judit Mascó


Judit Mascó, modelo catalana y por lo tanto española.



Declaraciones de Judit Mascó a la revista Elle:

“Yo soy catalana, mis padres fueron maestros de catalán desde la clandestinidad. A veces hay cierta vergüenza por nuestra bandera, la de España, que solo el deporte ha limpiado con un sentimiento de orgullo en todos”.