lunes, 1 de noviembre de 2010

Escudo y bandera cuatribarrada


En España no aparece el blasón hasta el siglo XII. Alfonso VII de León (1126-1157) adoptó el león heráldico, y Alfonso VIII de Castilla (1157-1214) adoptó el emblema del castillo para su escudo. En Aragón se introdujo el blasón en el reinado de Alfonso II (1162-1196), y más concretamente a partir de que este monarca ayudó al rey de Castilla en la campaña que éste último soberano hizo en Cuenca en 1177 donde recibió la ayuda aragonesa. Desde entonces "mudó las armas e seynnales de Aragón e prendió bastones", tal y como refiere la Crónica de San Juan de la Peña, escrita hacia 1370.

Las primeras piezas donde, indiscutiblemente, hacen acto de presencia las "barras", también llamadas "bastones" o "palos", sin que quepa la menor posibilidad de discusión, es en los sellos de la cancillería de Alfonso II, rey de Aragón e hijo de Ramón Berenguer IV y de doña Petronila. Este uso, sobre ser cierto y documentable, es regular. De manera que puede tenerse por demostrable que el primer uso conocido y oficial de las “barras” se verifica en un rey de Aragón, que lo indica en su escudo y en las ropas de su montura.

A partir de ese momento, la tradición universal llama a tales palos “barras de Aragón” y, en el momento, tardío, en que se empiezan a canonizar las reglas del arte del blasón, la palabra “Aragón” sirve, específicamente, para designar los palos de gules sobre campo de oro.

Toda la tradición, persistente, de la cancillería real aragonesa designa, siempre, al emblema palado, con denominaciones como “nostre senyal reial”, “signum regni nostri”, “senyal dels reys d´Aragó”, etcétera, aludiendo pertinazmente y de modo expreso a la condición regia de ese escudo de armas, que tenían los soberanos de Aragón precisamente por ser reyes aragoneses, y no por ninguna otra razón. Cuando los reyes de Aragón —con anterioridad a la conquista de Valencia por Jaime I — aluden a los palos, lo hacen en esos términos; y es, ésa, época en que no poseen ningún otro título real, pues los de los condados de la futura Cataluña no lo son ni se ha conquistado, todavía, Valencia.

El rey de Aragón será único propietario de ese emblema. Por ello es el rey quien, en uso de estas atribuciones específicas, concede a algunas ciudades importantes y a personas el honor de poder aparecer, jurídica y oficialmente, como especialmente vinculadas a él. Así, por ejemplo, ocurre con las capitales de sus diversos estados hispánicos, con la excepción de Zaragoza, por razones de régimen especial: a Mallorca y a Valencia, que no poseían armas propias por haber estado bajo dominio musulmán, se les concede el uso de las armas regias, con un aditamento o brisura (franja de color) que sirvan para verificar la distinción entre el emblema del soberano y el de las ciudades respectivas. A Barcelona, cuyo escudo es la cruz, más tarde evolucionada a su forma georgina (cruz de gules sobre plata), el soberano aragonés (a la vez, conde de la ciudad y de su territorio propio) concede, también, el uso de los palos, que se combinan en la heráldica barcelonesa con la cruz secularmente distintiva de la ciudad.

En 1172 el rey de Aragón Alfonso II anexiona Millau a la Corona de Aragón. En 1187 una carta del rey confirma los derechos de Millau y de sus seis cónsules -libertad de administración jurídica social y política para sus habitantes- recibiendo las armas del rey de Aragón. Alfonso II será el primer rey que otorga el empleo de las barras de Aragón, y Millau la primera ciudad que las recibe; se trata del otorgamiento del “vexillum nostrum” (nuestra enseña) para empleo exclusivo en el sello de la villa, que por tradición transformará en el actual sello concejil:

http://oszerrigueltaires.wordpress.com/2008/05/06/19-millau/

Este es el sello concedido a Millau por Alfonso II:

En él se puede leer: SIGILLUM REGIS ARAGONENSIS COMITIS BARCHINONENSIS ET MARCHIONIS PROVINCIE.
Es el más antiguo conocido de "escudo de armas" como emblema de esta tipología.
Fuente: Menendez Pidal de Navascues, Faustino; "Panorama heraldico español. Epocas y regiones en el periodo medieval". Página 16.


Mientras que un rey de Aragón utiliza en sus armas un número determinado de palos de gules, otros miembros de su familia, de modo coetáneo, emplean un número menor: esta disminución en la heráldica sirve, a un tiempo, para mostrar cómo el usuario (esposa, hermano o hijo del soberano, por lo regular) pertenece a la Casa de Aragón, pero no es el monarca mismo, resolviéndose, con este sencillo y luego muy común expediente, a una vez el problema de la identificación del linaje, y el de la salvaguardia de la exclusiva de uso sobre el emblema completo, que corresponde al rey únicamente.

En cuanto a la disposición que deben adoptar, está claro que, en escudos, es la suya natural, esto es, la vertical. Pero cuando se trata de banderas, los reyes de Aragón los situaron, según numerosos testimonios gráficos medievales, de modo horizontal. De ahí que aun no siendo muy heráldica la denominación de “barras” para los “palos”, no sea incorrecto el uso de esta voz si con ella se alude a su representación en cualquier posición. Cuando la enseña se portaba a modo de guión, esto es, como transposición del escudo, el tejido solía ser cuadrado y sostenido por el astil y un travesaño superior, sujeto a aquél en el ángulo recto. Pero si las armas regias se disponían en bandera, las pinturas medievales las representaban abundantemente en sentido horizontal, tanto en Alcañiz cuanto en Teruel, Daroca, Barcelona, etc. Y sin excepción ninguna, en documentos oficiales y crónicas medievales o renacentistas se alude sempiternamente a este signo como “de Aragón”, a cuyo grito combaten o aclaman las tropas, de cualquier procedencia (incluida la propiamente catalana) de los reyes de Aragón.

Estandarte de los reyes de Aragón

Que los palos de gules fueron emblema estrictamente privativo del rey de Aragón (y ni siquiera de la familia de cada soberano individual) y que se hallaban indisolublemente vinculados a quien ciñese la Corona aragonesa en su sentido estricto (la del reino particular) lo prueba los cambios de dinastía, como cuando Fernando I de Trastamara asume, sin haberlos usado antes, los palos, al haber sido elegido rey de Aragón por los compromisarios de Caspe.

Será bueno, además, señalar que el emblema característico y único de la “Diputació del General de Catalunya” (la actual “Generalitat”) fue siempre el de la cruz de San Jorge, según se desprende de datos sobre el siglo XV aportados por Zurita y se pone oficialmente de manifiesto en fecha tan sonada y moderna como la del alzamiento catalán contra Felipe III, justificado por los diputados en un escrito famoso y editado entonces, en cuyo frontis campea, precisamente, la cruz; emblema que también aparece en los sellos de la misma institución —con representación de San Jorge en ocasiones— y no las “barras” (las ostenta el sello de la Real Audiencia en Cataluña, lo cual es significativo de su vinculación al rey), que donde sí se muestran es en los pertenecientes a la Diputación del Reino de Aragón.


Origen de las barras.

La hipótesis más aceptada y posible del origen de la señal de la Casa de Aragón sería el viaje de Sancho Ramírez (1064-1094) a Roma en 1068 para consolidar el joven reino de Aragón ofreciéndose en vasallaje al Papa, vasallaje documentado incluso en la cuantía del tributo de 600 marcos de oro al año. Tras ese viaje los reyes de Aragón tomarán como emblema las conocidas barras rojas sobre oro, en recuerdo del antiguo vínculo vasallático, inspirándose en los colores propios de la Santa Sede, documentados en las cintas de lemnisco de los sellos vaticanos, y visibles hoy todavía en la umbrella Vaticana.

En todo caso, nada hay que repugne al origen pontificio del emblema, si bien es falso que fuese usado por nadie antes que por el rey Alfonso II.


Leyendas, manipulaciones y mentiras.


La leyenda de Wifredo el Vellosos













Los historiadores Martín de Riquer y Menéndez Pidal de Navascués atribuyen al historiador valenciano Pere Antoni Beuter (1490-1555), en su obra Segunda Parte de la Crónica General de España, impresa en Valencia en 1551, la invención de la leyenda muy difundida que atribuye el origen de las barras de gules en campo dorado a un episodio épico de la biografía del conde Wifredo el Velloso, “Guifré el Pilós”, fundador de la Casa de Barcelona. Según este relato, Wifredo, tras contribuir en combate a una victoria franca sobre los normandos, recibió del emperador franco Ludovico Pío un escudo amarillo en premio sobre el cual, el mismo rey pintó, con los dedos manchados de sangre de las heridas del conde, los cuatro palos rojos.

Esta leyenda tal cual, carece de fundamento histórico, pues ni el uso heráldico ni el emperador fueron contemporáneos de Wifredo. Ludovico Pío murió en el año 840, mismo año en que se cree que nació Wifredo el Velloso.


Tumba de Ramón Berenguer II














La tumba de Ramón Berenguer II fue hallada en 1982 en la catedral de Gerona, un sarcófago liso y rectangular cuya única decoración exterior, en buen estado de conservación, consiste en una sucesión de 17 tiras verticales de unos 5 cm, alternativamente rojas y doradas, identificadas con las armas tradicionales de la Corona de Aragón.

Según algunos autores (Fluvià, Martín de Riquer...), este primitivo sarcófago de Gerona vendría a apoyar la tesis del origen catalán de las barras afirmando que el linaje condal de Barcelona tenía como emblema palos rojos sobre un fondo dorado con anterioridad a la unión del Condado de Barcelona con el Reino de Aragón y por tanto, antes incluso del nacimiento documentado de la heráldica en Europa Occidental (1141–1142).

La existencia del emblema de palos de oro y gules en la tumba original de Ramón Berenguer II es cuestionada por especialistas en heráldica y académicos como Alberto Montaner Frutos y Faustino Menéndez Pidal de Navascués, para quienes la decoración heráldica de la tumba es un añadido con motivo de su traslado en 1385 al interior de la Catedral de Gerona por iniciativa de Pedro IV de Aragón, por lo que la pintura aludida sería 300 años posterior, puesto que, según estos autores, es imposible que conservara la pintura a la intemperie en su emplazamiento original durante tres siglos. Por su parte, Francesca Español Bertrán, que estudió en profundidad el sepulcro, afirma que las pinturas “en ningún caso pueden ser contemporáneas al momento de su inhumación inicial”.


Sello de Ramón Berenguer IV











También se han utilizado argumentos a favor del barcelonismo de la enseña basados en razones de sigilografía y numismática todas ellas, sin excepción alguna, inconsistentes. Pieza fundamental en esas argumentaciones es un cierto sello oficial de Ramón Berenguer IV. De los varios de este conde soberano, que se conservan (muy bien publicados por el famoso sigilógrafo Ferran de Sagarra), en todos aparece, como era costumbre, un jinete noble y guerrero, con escudo y sobre caballo con ropones. El escudo, en los ejemplares conocidos, es liso. Los ejemplares que se guardan en Marsella, bastante deteriorados, presentan en el escudo ojival del jinete determinadas ralladuras que han sido interpretadas por algunos como atisbos o restos de las “barras”. El examen directo de las piezas, el estudio de sus reproducciones —especialmente la correspondiente al sello de 1150, muy imaginativamente dibujada— y el buen sentido de numerosos investigadores permiten un notable grado de duda, hasta el punto de que no se admite, universalmente, tal argumento como probatorio de nada. En efecto, hay distintas razones (y no sólo por la escasa visibilidad de la impronta del sello) para tal cosa. En primer lugar, el hecho irrefutable de que tal escudo lleva un umbo, un resalte esférico saliente, en su mismo centro, lo cual ya dificulta extraordinariamente el imaginar, quebradas por él, las “barras”. En segundo, que es cosa frecuente el que, en algunos de estos escudos medievales, se representen palos, pero no con significado heráldico, sino en retrato fiel de los que eran los refuerzos exteriores para dar al escudo de guerra mayor resistencia a los golpes. En tercero, que cuando en el escudo de guerra se exhiben emblemas heráldicos, y más en el caso de un dinasta soberano, tales emblemas aparecen reproducidos en las gualdrapas de la montura, lo que aquí, obviamente, no sucede. Y, en cuarto, que el aspecto que ofrecen los trazos verticales en el repetido escudo es, con bastante claridad para quien no lo contemple prejuiciadamente, el de simples rayados por deterioro y no trazos grabados en el sello mismo.

Dos argumentos, de fuerte peso, cabe añadir. Conocemos bien la heráldica utilizada por Ramón Berenguer IV en piezas tan oficiales y necesitadas de regulación reglamentaria como sus monedas de conde soberano de Barcelona; esas piezas de plata, al igual que las de sus predecesores, no mostraban otra insignia (además de un cetro o lis) que la de la cruz, característica de Barcelona y de su Casa Condal, que la tuvo siempre por emblema propio; el sello más antiguo conocido de la ciudad de Barcelona que muestra “barras”, además de la tradicional cruz, es de 1289. De tal uso de la cruz se derivó luego el nombre especial de la moneda condal de Barcelona: el “croat” o “cruzado”.


La auténtica señal de los condes de Barcelona

Mucho insisten los nacionalistas y los independentistas catalanes, y mucha gente se lo ha creído, que la señal de los condes de Barcelona eran las cuatro barras, a pesar de no haber ninguna prueba que lo demuestro y que sus argumentos quedan desmentidos en este mismo artículo.

Pero de lo que si hay pruebas es de la utilización de la cruz por parte de los condes de Barcelona.


Ramón Berenguer I







Sello de Ramón Berenguer I, utilizado también por Ramón Berenguer II, III y IV.
Fuente: Antoni Rovira i Virgili, "Història de Catalunya", Vol. IV, página 72.


Ramón Berenguer II



















El conde de Barcelona. Inscripción de la imagen: «En • R(amón) • Berenguer • comte • e march(e)s • de • Barch(e)lona • apoderador • d'Espanya».

Con escudo, sobreveste, yelmo, pendón, gualdrapas y vaina de la espada con el emblema de la cruz llana de gules en campo de plata atribuidas como armas personales.

Miniatura del primer tercio del siglo XIV en la edición de los Usatges de Barcelona conservada en el manuscrito Z-III-14 de la Biblioteca del Escorial.

http://commons.wikimedia.org/wiki/File:Ram%C3%B3n_Berenguer_con_sus_armas_personales_-_Cruz_de_San_Jorge.jpg

http://www.artehistoria.jcyl.es/granbat/obras/28900.htm


Ramón Berenguer III
















Moneda de Ramón Berenguer III. En una de sus caras la cruz, la señal de los condes de Barcelona.

http://www.identificacion-numismatica.com/medievales-cristianas-f4/dinero-de-ramon-berenguer-iii-1096-1131-ceca-barcelona-t7099.htm


Ramón Berenguer IV











Moneda de Ramón Berenguer IV, en una de sus caras la cruz, la señal de los condes de Barcelona.

http://www.identificacion-numismatica.com/medievales-cristianas-f4/diner-de-ramon-berenguer-iv-barcelona-1113-1162-dc-t4842.htm?highlight=berenguer



Roger de Lauria (1245-1305) marino y militar de origen italiano al servicio de la Corona de Aragón:

"Ne sol nom pens que galera ne altre vexell gos anar sobre mar, menys de guiatge del rey d'Arago; ne encara no solament galera, ne leny, mas no creu que nengun peix se gos alçar sobre mar, si o porta hun escut o senyal del rey d'Arago en la coha, per mostrar guiatge de aquell noble senyor, lo rey d'Arago e de Cecilia."

"No creo que ninguna galera ni otro barco se atreva a ir sobre el mar, sin el salvoconducto del rey de Aragón; aunque no solamente galera, ni leño, pues no creo que ningún pez se atreva a levantarse sobre el mar, si no lleva un escudo o seña del rey de Aragón en la cola, para mostrar el salvoconducto de aquel noble señor, el rey de Aragón y de Sicilia".


Artículo relacionado:
http://elprincipatdecatalunya.blogspot.com/2010/10/escudo-tradicional-de-cataluna.html

La Guerra Gran

Con este nombre se conoció en Cataluña la que ha pasado a los libros de historia con el nombre de Guerra de la Convención o Guerra del Rosellón. En ella los catalanes participaron con entusiasmo en defensa de su religión, su rey y su Patria contra los revolucionarios franceses.
Tras el estallido revolucionario de 1789, Francia naufragó en un torbellino de violencia que alcanzaría su punto álgido en 1793, cuando el gobierno llamado de la Convención, dirigido por Robespierre y Marat, decidió zanjar la cuestión monárquica haciendo pasar a Luis XVI y su mujer por la guillotina.

La ejecución del último Capeto provocó la repulsa en toda Europa, especialmente en España igualmente gobernada por la dinastía borbónica.

La guerra contra España, paralela a la sostenida contra Austria, Prusia y Gran Bretaña, comenzó con la declaración de guerra por parte francesa el 7 de marzo de 1793. El pueblo español, de larga y profunda tradición católica y monárquica, recibió con entusiasmo la noticia de la movilización contra la Francia regicida y se lanzó a alistarse en los batallones de voluntarios.

Una de las regiones donde se vivió esta movilización con mayor espíritu patriótico, aportando con generosidad donativos y soldados, fue Cataluña por el triple motivo de su situación fronteriza, que la convertía en principal escenario de las operaciones, su secular sentimiento antifrancés y el carácter religioso y tradicionalista de sus habitantes.

Por toda Cataluña se oía el grito de “¡A matar franceses!”, llegándose incluso a pegar pasquines exigiendo la expulsión de los franceses que hubiese en territorio español y la declaración de guerra contra los enemigos de Dios y de los reyes. La influencia de la opinión pública catalana fue grande en el Gobierno español sobre la necesidad de lanzarse a la guerra contra Francia, pues no todo los consejeros de Carlos IV se mostraron partidarios de ella.

La ofensiva principal se desarrolló en Cataluña, de donde afluyeron miles de voluntarios –al grito de “¡Déu, Pàtria y Rei!- para luchar contra la República francesa cantando coplas como éstas:

“Aquells francesos malvats
son nostros majors contraris,
han comés tantas maldats
alevosas y execrables.
Valerosos catalans,
anems tots á la campanya
á defensar nostre Deu,
Lley, Patria y Rey de Espanya”

(Aquellos franceses malvados son nuestros mayores contrarios, han cometido tantos males alevosos y execrables. Valerosos catalanes, vamos todos a la campaña a defender nuestro Dios, Ley, Patria y Rey de España).

“¡Al arma, al arma, espanyols!
¡Catalans, al arma, al arma!
Que lo frenetich frances
nos provoca y amenassa.
Privinguda en la frontera
la millor tropa de Espanya,
tothom espera impacient
la ordre de entrar á la Fransa.
No temau espanyols, no,
mallograr esta campaña,
que la fortuna constant
favorable os acompaña”

(¡Al arma, al arma, españoles! ¡Catalanes, al arma, al arma! Que el frenético francés nos provoca y amenaza. Provenida en la frontera la mejor tropa de España, todo el mundo espera impaciente la orden de entrar en Francia. No temáis españoles, no, malograr esta campaña, que la fortuna constante favorable os acompaña”.)

En julio de 1793 se formó un cuerpo de voluntarios barceloneses bajo el lema “Por la Religión, el Rey y la Patria”. El llamamiento y la respuesta se repitió por todas las comarcas catalanas, que aportaron miles de “miqueletes” que tendrían gran protagonismo en la lucha, sobre todo tras la retirada del ejército de Ricardos y la entrada en territorio español de las tropas republicanas.

Los catalanes contaban, además, con un motivo añadido para lanzarse contra la Francia revolucionaria, pues vieron en esta lucha la ocasión de recuperar las comarcas norpirenáicas que habían quedado bajo soberanía francesa tras la guerra de 1640-1652.

El Diario de Barcelona publicó el 6 de Julio, con motivo de la toma de Bellaguarda por las tropas de Ricardos, tres sonetos, uno en catalán y dos en castellano, celebrando la victoria. Las esperanzas de recuperación de las comarcas catalanas perdidas el siglo anterior y de liberación de Francia del gobierno revolucionario quedaron expresadas en estos versos:

“Ja del bronse tronant la força activa
rompé de Bellaguarda la alza roca;
y rendida la foch viu, que la sufoca,
la guarnició se entrega, y s´fa cautiva.
Lo Gall Francés abac la cresta altiva
de son orgull, que á tot lo mon provoca,
y devant del Lleó no bada boca,
si que fuig aturdit quant ell arriba.
Vallespir, Roselló, la França entera
del valor español lo excés admira;
ja espera resistir, ja desespera,
ja brama contra el Cel pero delira;
que lo Cel es qui vol que torne a España
lo Roselló, Navarra y la Cerdeña”

(“Ya del bronce tronante la fuerza activa rompió de Bellaguarda la alta roca; y rendida al fuego vivo, que la sofoca, la guarnición se entrega, y se hace cautiva. El Gallo Francés abate la cresta altiva de su orgullo, que a todo el mundo provoca, y ante el León no dice esta boca es mía, sino que huye aturdido cuando éste llega. Vallespir, Rosellón, la Francia entera del valor español el exceso admira; ya espera resistir, ya desespera, ya brama contra el Cielo, pero delira, que el Cielo es quien quiere que vuelvan a España el Rosellón, Navarra y la Cerdeña”.)

En numerosas localidades norpirenáicas, siglo y medio después de su separación de España, se recibió a las tropas de Ricardos como liberadoras al grito de “¡Viva España!” y manifestando su voluntad de convertirse en súbditos de Carlos IV, como en Roca d´Albera, Sureda, la Menera, Costoja y Sant Llorenç de Cendans.

Un testimonio de un testigo presencial, publicado en la Gaceta de Madrid en abril de 1793, describió así la recepción de las tropas españolas en Sant Llorenç:

“Las tropas de S.M. habían sido recibidas, particularmente en la Villa de S. Lorenzo de Cerdá, con la mayor alegría; el pueblo sobre las armas, y los sujetos distinguidos gritando viva el Rey, viva España, viva la Religión, lloraban de gozo cuando oyeron a su legítimo vicario en la Misa la oración por el Rey y por el Pontífice (…)”.

A pesar de los rápidos triunfos del ejército español se combatió a Francia sin mucha convicción debido a la amenaza de su gran enemiga en los mares durante todo el siglo XVIII, Inglaterra.

Los resultados militares empezaron a torcerse: la contraofensiva francesa, ante la falta de suministros del ejército español, logró penetrar en tierras de Guipúzcoa y del Principado –por el Valle de Arán, la Cerdeña y el Ampurdán- y, además, el invicto general Ricardos falleció repentinamente de pulmonía en marzo de 1794, así como su sucesor el general O´Reilly pocos días después.

En julio de 1795 Godoy firma la Paz de Basilea, según la cual las tropas galas se retiraron de España a cambio de la cesión a Francia de la parte española de la isla de Santo Domingo.

Joaquim Rubió i Ors

Tras una lejana época de glorioso cultivo literario, cuyo apogeo tuvo lugar en los siglos XIII y XIV, la lengua catalana cayó en desuso debido sobre todo a la pujanza de la castellana, que fue adoptada de forma natural por los catalanohablantes como su lengua de cultura. La lengua no se perdió, pues continuó siendo utilizada por la mayoría de los catalanes, sobre todo en las zonas rurales, pero su uso escrito, sobre todo el literario, casi desapareció.

Cuatro siglos después, a mediados del siglo XIX, en coincidencia con el redescubrimiento por toda Europa de otras lenguas regionales caídas en el olvido a causa del prestigio de las lenguas de implantación nacional el catalán, en un principio denominado por todos lemosín, experimentó un espectacular renacimiento que no tardaría muchos años en dar extraordinarios frutos de mano de una pléyade de literarios que se lanzaron a la aventura de volver a escribir en la lengua de Desclot y Muntaner.

Uno de los principales artífices de este renacimiento, conocido universalmente con el término catalán de Renaixença, fue el historiador, ensayista y poeta barcelonés Joaquim Rubió i Ors, nacido el 31 de julio de 1818. Estudió Filosofía y Teología en su ciudad natal, en la que posteriormente obtendría el doctorado en Derecho tras abandonar su inicial vocación eclesiástica.

Tras la publicación en 1833 de la asilada Oda a la Patria de Aribau, ningún otro escritor se había atrevido a romper con el tabú de que la lengua catalana no era apta para el cultivo literario. Ésa había sido la opinión de ilustres autores catalanes de generaciones anteriores, como Capmany (quien la había declarado “lengua muerta para la república de las letras”), y de sus propios días, como Milà i Fontanals, Piferrer y el mismo Aribau.

Pero en 1839 empezaron a aparecer mensualmente en el Diario de Barcelona unos poemas de Rubió i Ors, firmados con el seudónimo Lo Gayter del Llobregat, que serían recogidos en libro dos años después. En su prólogo Rubió se lamentó de estar solo, de que ningún autor contemporáneo considerase la lengua catalana como lengua literaria, y defendió su cultivo en una región bilingüe que para dichos fines utilizaba solamente la castellana.

La aparición de estos poemas causó gran polémica y muchos sinsabores a su autor, pues la gran mayoría de sus paisanos ridiculizaba la pretensión de utilizar literariamente una lengua que consideraban anticuada y sólo utilizable para las relaciones familiares, especialmente entre las clases bajas y rurales. Rubió lo había previsto, pues en dicho prólogo ya avisaba que “a molts los semblarà una extravagancia, un ridícol anacronisme” (“a muchos les parecerá una extravagancia, un ridículo anacronismo”), a la vez que se dolía de que sus paisanos “se avergonyeixen de que se los sorprengue parlant en català, com un criminal à qui atrapan en lo acte” (“se avergüenzan de que se les sorprenda hablando en catalán, como un criminal a quien atrapan en el acto”).

Más de medio siglo después, ya entrado el siglo XX, el creador del nacionalismo catalán, Enric Prat de la Riba, se lamentaba de que “las familias humildes consideran un insulto, una ofensa, que se les escriban en catalán las cartas”.

El hijo de Rubió, Antonio Rubió y Lluch, con motivo de un discurso pronunciado en memoria de su padre en la Real Academia de Buenas Letras de Barcelona en febrero de 1912, explicó esta actitud de los coetáneos de aquél:

“(…) toda una generación ilustre, que amaba la lengua de Castilla con veneración y entusiasmo; que ponía un cuidado extremo en no caer en el menor catalanismo, o en evitar un giro poco castizo; que no comprendía otra lengua literaria nacional que la castellana, ni concebía el catalán poético sino como una lengua convencional, una especie de provenzal o lemosín, muy apartado del hablar común”.

Sin embargo, no tardarían otros autores en seguir la estela de Rubió, entre ellos el hasta entonces reacio Milà i Fontanals, así como Mariano Aguiló, Antonio Bofarull y Víctor Balaguer.
Este impulso acabaría provocando la restauración de los Juegos Florales de Barcelona en 1859.

Aunque hoy no suele recordarse, también escribió Rubió numerosos poemas en castellano, como el titulado A mi patria celebrando la reciente guerra de Marruecos:

“Por eso cuando ayer el africano
intentó mancillar nuestros pendones,
vióse a la sombra del pendón hispano
luchar los catalanes cual leones”

Ya en su madurez, Rubió escribió un largo poema dedicado a la lucha de España contra el Islam titulado De Covadonga a Granada. Estas son sus últimas líneas:

“¡Oh! gloria, España, a ti. Tú la muralla
fuiste do se estrelló el horrendo oleaje
que, de romper la pirenaica valla,
trocado hubiera en su futuro salvaje
en sierva de Mahoma
la Europa que de Roma
de romper acababa el yugo duro.
¡Oh! si,…si sobre Europa la cruz brilla,
y no gime en infame servidumbre;
si en su cerviz no embota su cuchilla,
y su planta no mancha con la herrumbre
de grillos, un tirano
monstruo del africano
suelo, después de Dios, oh patria amada,
débelo al pueblo de la guerra rayo,
y a tus monarcas héroes que, en Granada,
el cruzado pendón que de Pelayo
al pie de Covadonga recibieron,
en la Alhambra triunfante al aire dieron”

Y en otro lugar cantó a la unión de reinos que logró la unidad española tras la fragmentación provocada por la invasión musulmana:

“Poetas de Castilla, si un tiempo fue en que apenas
hubo entre nuestros padres momentos ¡ay! de paz,
y fue el suelo de España liza de ardientes luchas
del castellano altivo y el catalán audaz,
depuestas las querellas, unidos los pendones,
de barras y de torres formándose un blasón,
los antes enemigos trocáronse hermanos
porque uniéronse en una Castilla y Aragón”

En reconocimiento de sus méritos el Gobierno de la Nación le concedió la Gran Cruz de Isabel la Católica.

El 29 de marzo de 1899 fue nombrado rector de la Universidad de Barcelona, cargo que sólo ejerció una semana pues falleció en su ciudad natal el 7 de abril.