miércoles, 9 de diciembre de 2009

1640: Guerra con Francia, los segadores y la mutilación de Cataluña.


Tras la hegemonía política y militar española en Europa y América desde los Reyes Católicos hasta Felipe III, el reinado del penúltimo monarca Habsburgo, Felipe IV, evidenció el agotamiento de una España desangrada tras siglo y medio de lucha en las cuatro esquinas del globo: guerras contra ingleses, franceses, holandeses, protestantes, turcos, berberiscos, descubrimiento, conquista y colonización de América y de Filipinas, etc.

Ante la perspectiva del desmoronamiento del Imperio, el valido de Felipe IV, Conde-Duque de Olivares, intentó aplicar varias medidas para reforzar económica y militarmente al reino. Una de las propuestas de mayor transcendencia fue la Unión de Armas, con la que pretendía involucrar más directamente a los territorios de la antigua Corona de Aragón, que hasta ese momento, debido a la estructura del Estado habsbúrgico, si bien participaba en menor medida que los castellanos en la gobernación del Imperio, soportaban muchas menos cargas tributarias y militares que aquéllos. Así lo recogió Quevedo:

“En Navarra y Aragón
No hay quien tribute un real;
Cataluña y Portugal
Son de la misma opinión;
Sólo Castilla y León
Y el noble pueblo andaluz
Llevan a cuesta la cruz”.

La política centralista del Conde-Duque de Olivares, que aconsejó al rey la uniformización jurídica de todos los territorios de España según el modelo de las leyes de Castilla, encontraba oposición entre las aristocracias de los territorios de la antigua Corona de Aragón, sobre todo en Cataluña, pues las cortes de Aragón y Valencia aceptaron los planes del valido.

GUERRA CON FRANCIA

En 1635, en el contexto de la Guerra de los Treinta Años, estalló la guerra con la Francia de Richelieu, ante lo que Olivares insistió en la aportación catalana de hombres y dinero, a lo que la Diputación de Cataluña se opuso. El valido se quejó de la indolencia del Principado en la defensa del territorio frente a la amenaza francesa, e incluso el Consejo de Ciento se opuso en un principio a enviar tropas para socorrer su propio territorio, a la Cataluña transpirinaica, hoy ocupada por los franceses.

Tras unos años (1629-1638) calamitosos de peste y malas cosechas en toda Cataluña, los problemas causados por el alojamiento y el pillaje de los ejércitos reales que tuvieron que ser enviados contra los franceses que habían atacado por el Rosellón en junio de 1639 tras su derrota en Fuenterrabía, provocaron el enfrentamiento y la revuelta en el verano de 1640. Los catalanes se levantaron al grito de “Visca el rei d´Espanya i muiren els traidors!”, aunque esto no suele ser recordado…

Un testimonio esencial para conocer lo sucedido en aquel tiempo es el de Francisco Manuel de Melo, general portugués al servicio de Felipe IV que fue protagonista directo de los hechos. En las memorias que escribió sobre la guerra de 1640 recogió, con gran simpatía hacia los civiles catalanes y crítica hacia la soldadesca, los diversos hechos que fueron agravando la situación. Uno de los motivos por los que los naturales experimentaron rechazo hacia los soldados, aparte de los desmanes cometidos en materia de alojamiento y pillajes, fue la percepción de muchos de ellos como extranjeros y herejes:

“Contenía el campo católico, además de los tercios españoles, algunos regimientos de naciones extranjeras, venidos de Nápoles, Módena e Irlanda, los cuales no sólo constan de hombres naturales, mas entre ellos se introducen siempre muchos de provincias y religiones diversas: los trajes, lengua y costumbres diferentes de los españoles, no tanto los hacía reputar por extraños en la patria, sino también en la ley: este error platicado en el vulgo del vino a extenderse de tal suerte, que casi todos eran tenidos por herejes y contrarios a la Iglesia”.

El clima de desconfianza y enfrentamiento entre población y los soldados enturbió aún más las ya muy difíciles relaciones entre las instituciones del Principado y la Corona a causa de los intentos de ésta por uniformar administración, impuestos y levas, hasta extremo del ofrecimiento por la Diputación de Cataluña al rey francés Luis XIII del título de Conde de Barcelona.

LOS SEGADORES

Pero hemos de detenernos brevemente en el Corpus de Sangre (conocido así desde una novela homónima decimonónica), episodio esencial de la mitología nacionalista.

Ya con los ánimos desatados y la autoridad real, representada por el virrey Conde de Santa Coloma, en grave cuestión, los acontecimientos se precipitaron. Existía en Barcelona la tradición de que el día del Corpus Christi (que aquel año era 7 de junio) bajasen a la ciudad los segadores de las comarcas vecinas, lo cual sucedió este año de 1640 en unas circunstancias de desorden que se agravaron por la llegada de esta multitud de campesinos.

De nuevo seguimos el testimonio del testigo presencial Francisco Manuel de Melo. Es preciso señalar que, lejos de ser un observador profelipista o simplemente neutral, el portugués manifestó su simpatía por la causa de los rebeldes y en contra de las armas a las que él mismo estaba sirviendo, pues no en vano ese mismo año se entregaría a la causa independentista portuguesa. Relata de este modo la llegada de los segadores en Barcelona:

“Había entrado el mes de junio, en el cual por uso antiguo de la provincia acostumbran bajar de toda la montaña hacia Barcelona muchos segadores, la mayor parte hombres disolutos y atrevidos, que lo más del año viven desordenadamente sin casa, oficio o habitación cierta: causan de ordinario movimientos e inquietud en los lugares donde los reciben (…) temían las personas de buen ánimo su llegada, juzgando que las materias presentes podrían dar ocasión a su atrevimiento en prejuicio del sosiego público”.

Continúa Melo describiendo el comienzo del enfrentamiento con las tropas reales:

“Señalábase entre todos los sediciosos uno de los segadores, hombre facineroso y terrible, al cual queriendo prender por haberle conocido un ministro inferior de la justicia (…) resultó de esta contienda ruido entre los dos: quedó herido el segador, a quien ya socorría gran parte de los suyos. Esforzábase más y más uno y otro partido, empero siempre ventajoso el de los segadores. Entonces alguno de los soldados de milicia que guardaban el palacio del virrey tiraron hacia el tumulto, dando a todos más ocasión que remedio”.

Tras la generalización de los desórdenes, los segadores se dieron al saqueo:

“A este tiempo vagaba por la ciudad un confusísimo rumor de armas y voces; cada casa representaba un espectáculo, muchas se ardían, muchas se arruinaban, a todas se perdía el respeto y se atrevía la furia: olvidábase el sagrado de los templos, la clausura e inmunidad de las religiones fue patente al atrevimiento de los homicidas”.

Continúa Melo relatando que a los soldados y funcionarios castellanos se los mataba y despedazaba, y a los propios barceloneses se les asesinaba bajo acusación de traidores por no apoyar la revuelta y ayudar a los soldados.

“Fueron rotas cárceles, cobrando no sólo la libertad, mas autoridad los delincuentes”.

Finalmente, las turbas dieron muerte al virrey, Dalmau de Queralt, conde de Santa Coloma, al intentar embarcar para escapar de los amotinados, y continuaron el saqueo. Numerosos testigos presenciales dejaron testimonio de las destrucciones, incendios, asesinatos y despedazamientos de cadáveres que se cometieron. Con el trasfondo de los desórdenes antigubernamentales, la revuelta evidenció un componente de revolución social contra la burguesía y aristocracia dominantes y de anárquica venganza de revoltosos y delincuentes, que se afanaron en asesinar a agentes de la justicia. El principal caudillo de los violentos acontecimientos fue Rafael Goday, escapado pocas semanas antes de la cárcel en la que se hallaba pendiente de ejecución. Otro de los cabecillas fue Sebastián Estralau, también forajido y exgaleote.

Ésta fue la revuelta de los segadores, episodio idealizado por el nacionalismo catalán como si se hubiese tratado de un alzamiento nacional y en el que se inspira el que denominan himno nacional catalán, de reciente creación y enseñado a los niños en los colegios de Cataluña.

En una Historia de Cataluña aparecida hace pocos años, de no oculta inspiración nacionalista, los autores recuerdan el carácter de la revuelta de 1640:

El rey, la religión, Dios y el país permanecieron intocables a todas las proclamas de la revuelta. Ninguno de los resortes tradicionales fueron puestos en duda: “Viva el rey y muerna los traidores”, “Viva la fe y mueran los traidores y el mal gobierno”, eran consignas que no permitían ninguna clase de dudas”.
J.Nadal i Farreras & P.Wolf, Historia de Cataluña, Ed. Oikos-Tau, Barcelona 1992, pág. 318.

LA MUTILACIÓN DE CATALUÑA

Durante el verano de 1640 fue extendiéndose la revuelta social por otras zonas de Cataluña, asesinándose a todo aquel que representase algún poder: funcionarios reales, soldados, nobles o simplemente ricos.

Mientras tanto, la tensión entre el gobierno y la diputación catalana no hizo sino aumentar, por lo que Olivares dispuso que un ejército entrase en Cataluña para acabar con el desorden. Pero Pau Clarís y otros representantes de la diputación ya habían comenzado las conversaciones con el gobierno francés en busca de ayuda. A principios de diciembre, mientras el ejército español entraba por el Sur, el francés lo hacía por el Norte.

Poco después, en enero de 1641, por iniciativa de Pau Clarís la Junta de Brazos, y el Consejo de Ciento proclamaba a Luis XIII de Francia Conde de Barcelona. Al mes siguiente moría Clarís. Prácticamente nadie –ni el clero, ni la nobleza, ni los responsables municipales, ni el pueblo en su conjunto- secundó las decisiones de Clarís y los suyos, a los que consideraban traidores. Los delegados de la Diputación en los pueblos y comarcas de toda Cataluña conocían mejor que los dirigentes barceloneses el estado de opinión de los catalanes, más adictos a España que a Francia y a dichos dirigentes. Las masivas negativas a acatar las normas emanadas de la Diputación de Cataluña y de las autoridades francesas tuvieron por consecuencia la prisión, la confiscación y el destierro de muchos y el exilio voluntario de muchos más, aumentando el número de los antifranceses con el paso del tiempo. Aparte de las poblaciones que se habían mantenido fieles a Felipe IV pronto otras se sumaron a la rebelión contra los franceses, como Reus, Lérida, el valle de Arán, Tarragona, etc.

Además, las impopulares medidas tomadas por el rey francés pronto empezarían a evidenciar a las oligarquías barcelonesas el error cometido. A comienzos de 1643 las autoridades catalanas elevaron al rey francés un memorial de sus desgracias, pues el maltrato por parte de la soldadesca y los desafueros de las autoridades enviadas desde París empezaban a hacer añorar los tiempos anteriores, aun con Conde-duque de Olivares incluido. Se denunció a las autoridades francesas que estaban cometiendo los mismos desafueros que habían originado todo el conflicto.

Pedro de Marca, enviado francés a Cataluña en 1643, Consejero de Estado y posteriormente arzobispo de París, escribía:

“Me he confirmado en la opinión de que en Cataluña todo el mundo tiene mala voluntad para Francia e inclinación por España (…) Tengo todos los días nuevas pruebas de que los religiosos, los nobles y el pueblo son muy malintencionados para el servicio del rey (de Francia) (…) ningún partido es pro-francés”.

El marqués de Brezé, virrey francés de 1642 a 1645, escribió igualmente que entre los catalanes “solo veía caras hostiles y sospechosas”, y que ya empezaban a temer que el único interés de la participación de Francia en Cataluña era quedarse el Rosellón.

En 1842, con motivo de una reedición de la obra de Melo, el historiador catalán Jaime Tió añadió varios capítulos al original del portugués, que alcanzaba tan solo hasta el fracasado ataque realista a la fortaleza de Montjuich en los primeros meses del conflicto. Como a continuación Melo se dirigió a Portugal a colaborar en la guerra que libraban sus compatriotas, cesó su presencia en el teatro de operaciones catalán. Tió elaboró un resumen de los acontecimientos que se sucedieron durante los diez años más que duró la guerra hispanofrancesa hasta la victoria final española en 1652. Para ello acudió a fuentes documentales coetáneas de los hechos narrados, depositados en el Archivo de la Corona de Aragón, varios de los cuales insertó en el propio texto. Escribe Tió sobre el crecimiento del ambiente proespañol y antifrancés:

“Mostráronse hostiles a cara descubierta los paisanos, y mostraban ya más buena faz a los castellanos que a sus aliados, a quienes miraban con adusto ceño. Vitoreóse España en muchas partes, gritóse muera Francia, y a mansalva pagaron algunos franceses con la vida”.

Tras los repetidos reveses del ejército francés, muchos catalanes fueron encaminándose hacia Barcelona junto con los ejércitos españoles, que avanzaban sobre Cataluña siendo recibidos por la población con vivas a España y mueras a Francia.

“Su número llegó a tal punto, que la ciudad pensó ver repetidas las escenas sangrientas del año cuarenta”.

Pero esta vez contra los franceses y sus colaboradores.

La Diputación de Cataluña, reunida en Manresa, acordó expresar su fidelidad al rey español. En palabras de Tió:

“Ésta, habido consejo, y bien meditado que bajo el poder de España no había tenido jamás que sufrir desacatos y contrafueros más que cuando un ministro se le había mostrado enemigo, pensó que no existiendo ya tal (Olivares fue destituido en 1643), valía más someterse otra vez al rey, fiando su benignidad y prudencia, que continuar en alianza con los franceses, de quienes Cataluña había sufrido todo linaje de injurias y toda especie de agravios”.

El conflicto finalizó en 1652 con la victoria de Felipe IV y el perdón general, como leemos en la carta de D. Juan de Austria, hijo de Felipe IV, otorgando el perdón en su nombre, de 11 de octubre de 1652:

“de todos los excesos y delitos cometidos desde el año 1640 hasta el día de hoy, sin exceptuar persona, ni delito de cualquier género, condición o calidad, aunque de crimen de lesa magestad, sino es de D. José Margarit, que como principal causa de los daños que se han padecido y por la obstinación con que persevera con sus errores, no es digno de gozar de este beneficio”.

Pero la victoria se consiguió al precio de la pérdida del Rosellón y parte de la Cerdeña, que por derecho de conquista pasaron a manos francesas a pesar de haber manifestado sus habitantes el deseo de volver a integrarse en España, para lo cual incluso se alzaron violentamente contra las tropas francesas.

De esta pérdida, causada por la traición de las instituciones catalanas y su negativa inicial en reclutar tropas para la defensa de su propia frontera (aunque cuando lo hizo fue en número insuficiente) en un momento en el que la Guerra de los Treinta Años obligaba a España a un inmenso esfuerzo militar en las cuatro esquinas de Europa, los nacionalistas acusan hoy, paradójicamente, a España. Por ejemplo Rovira i Virgili escribió esta tendenciosa acusación olvidándose de que el factor fundamental para establecer la nueva frontera fue el hecho consumado de la conquista francesa de dichos territorios:

“El condado del Rosellón y buena parte del de Cerdeña quedaron, sin embargo, en poder de Francia, debido a la mala voluntad o a la torpeza de la diplomacia española”.

En la página web de Convegencia Democrática de Catalunya podemos leer la interpretación nacionalista:

“En 1640, la guerra entre Castilla y Francia tuvo como víctima a Cataluña, y fue repartida entre las dos partes”.

Poco después de la firma del Tratado de los Pirineos (noviembre de 1659) Luis XIV se apresuró a eliminar el régimen foral tradicional, sustituyéndolo por la legislación general francesa. En junio de 1660 firmó el edicto por el que ordenaba la supresión para el Rosellón y la Cerdeña del Consejo Real de Cataluña, la Diputación y todas las demás instituciones catalanas. Diez años después, el 2 de abril de 1670, el Rey Sol prohibía el uso oficial del catalán por ser “contrario a mi autoridad y al honor de la nación francesa”. Por el contrario, Felipe IV no tocó el régimen foral catalán, que quedó incólume.

Este conflicto quedó en la memoria de los catalanes, quienes todavía fueron atacados por la Francia de Luis XIV en varias ocasiones durante las décadas siguientes. Margarit encabezó uno de estos intentos de recuperación de Cataluña, pero los propios catalanes se encargaron de repelerlo. Durante cuarenta años los enfrentamientos bélicos de menor o mayor envergadura entre españoles y franceses fueron constantes en la frontera catalana. Los roselloneses siguieron dejando claro que para ellos era una injuria el considerarlos franceses.

El odio antifrancés –ya viejo en la Corona de Aragón secularmente enemiga de Francia durante toda la Edad Media- sería muy importante cuando medio siglo después se plantease en España el conflicto dinástico entre habsburgos y borbones a la muerte de Carlos II. No en vano gabacho, el término despectivo para referirse a los franceses, es palabra catalana.

Finalizó su relato Tió con estas palabras relativas al conflicto bélico que ensangrentaría Cataluña medio siglo después y a la fidelidad demostrada por los catalanes a España y a la dinastía habsbúrgica:

“Dígalo si no su tesón y el poderoso brío con que defendió a la casa de Austria medio siglo después, cuando alegando derechos el archiduque Carlos y el duque de Anjou, aspiraban entrambos a la corona de España. ¿Qué provincia mostró mayor entereza, ni dio mayores pruebas de su sincero amor que Cataluña? ¿Cuál derramó más sangre propia y enemiga? ¿Cuál combatió con más denuedo? Tenía viva en el alma la imagen de la guerra que hemos descrito, recordaba el abandono de Francia, y acusaba su mala fe (…) y no olvidando que sus derechos habían sido acatados siempre por los antecesores de aquel rey (Felipe IV), hubiera gritado viva España y lo gritó, aun perdida toda esperanza”.

sábado, 5 de diciembre de 2009

La tauromaquia, ¿una tradición catalana?


Este no es un artículo a favor de lo que algunos llaman la "Fiesta nacional", muy al contrario, yo estoy totalmente en contra de cualquier maltrato hacia los animales.
Pero nuestra cultura es la que es, nos guste o no.




El toro es un elemento clásico que forma parte de las fiestas de los países mediterráneos desde hace siglos. Las celebraciones con participación de toros han ido evolucionando a lo largo de los años, según los habituales factores externos.

En Cataluña hay constancia de la celebración de “correbous” y corridas de toros, como mínimo, desde el siglo XV. Ripoll, Camprodon, Figueres, Vallfogona, Sant Andreu de Llavaneres, Vic, Tortosa, Cardona y Olot son sólo algunos de los pueblos dónde se celebran, o se han celebrado, fiestas con toros.

Al contrario de lo que se pueda pensar, las corridas de toros, tal y como las entendemos actualmente, no son una tradición andaluza. De hecho, antes de que se celebraran corridas en Andalucía, ya se celebraban en el sur de Francia, en Cataluña y en el País Vasco.

El papel de Cataluña y de los toreros catalanes en la evolución del arte de la tauromaquia ha sido crucial. Muchas de las leyes, paseos y tradiciones fueron creados aquí. Barcelona fue, durante muchos años, la ciudad más importante del mundo con respecto a toros, y llegó a mantener, con éxito, tres plazas a la vez dónde se celebraban corridas semanales, con carteles de primera fila.

La edad de oro del toreo catalán empieza en 1834, con la inauguración de la primera plaza de toros que hubo en Barcelona. Conocida popularmente como El Torín, fue proyectada por el arquitecto Josep Fontserè i Domènech a partir de un encargo de la Casa de la Caridad, que celebraba corridas para financiar sus gastos. En esta plaza, situada en el popular barrio de la Barceloneta surgió la tradición, mantenida todavía ahora, de acompañar las aclamacions del público con música. Una tarde que toreaba, con mucho de éxito, Rafael Molina Sánchez, Lagartijo (1841-1900), alguien del público, por enfatizar la calidad del trabajo, gritó: ¡Música! Y la orquesta tocó. Desde aquel momento, en todas las plazas, se acompañan las ovaciones del público con música. El Torín cerró sus puertas el 1923, tras casi un siglo de corridas.

La segunda plaza que se inauguró en Barcelona es la de Las Arenas, que se construyó en 1900 siguiendo el estilo mudéjar, muy de moda en la construcción de las plazas de toros de la época. El diseño era del arquitecto August Font i Carreras, tenía capacidad para 14.900 espectadores y costó aproximadamente 1.600.000 pesetas. Las Arenas, actualmente abandonada, fue testigo de hechos trascendentales en la historia de Cataluña, como el mitin de El Chico del Azúcar celebrado en 1916. Más tarde va a convertirse en escenario de conciertos musicales, y espectáculos de circo. La última corrida se celebró el 9 de junio de 1977.

En 1914 se inauguró El Sport, la tercera plaza de Barcelona, financiada por la empresa Milà i Camps (la familia propietaria de la Casa Milà del Paseo de Gracia). Después de algunas reformas, la plaza se reinauguró dos años más tarde con el nombre de La Monumental. Actualmente es la única plaza de la ciudad dónde todavía se celebran corridas.

No solo Barcelona ha sido un centro taurino importante, sino que, en la provincia de Gerona, por ejemplo, se tiene constancia de la celebración de fiestas taurines desde 1715, a pesar de que la primera plaza de la comarca no se construyó hasta el 1819. Actualmente todavía se hacen corridas en la plaza de Santa Eugènia, inaugurada el 1897. Antes, pero, se construyó la plaza de Figueres, concretamente en 1894, financiada por el farmacéutico local, el señor Pau Gelart. También tienen, o han tenido plazas: Tarragona, Vic, Olot, Tortosa y Caldes de Montbuí. La más moderna de Cataluña está en Lloret de Mar, construida en 1965 gracias a la familia Fàbregas i Zulueta.

Como nota curiosa, hace falta reseñar que el día 23 de Abril de 1950, en esta plaza, se filmaron escenas de la película "Pandora y el holandés errante" interpretada por Ava Gardner, James Masson y el actor y torero catalán Mario Cabré.

Evidentemente el éxito de la tauromaquia en Cataluña, respondía a la demanda del público aficionado. En un principio, las plazas las hacían construir y las financiaban los mismos espectadores, y se convertían en propietarios y administradores. El éxito creciente favoreció la profesionalización de la gestión de las plazas y aparecieron empresarios que se dedicaban a contratar carteles y a hacerlos circular por las plazas de toda España. Aquí en Cataluña, uno de los empresarios más importantes fue Pedro Balañá Espinos (1883-1965) que desde el 1939 controlaba las plazas de Barcelona, Palma de Mallorca y otros lugares del Principado. Curiosamente Balañá no era aficionado a los toros, pero se interesó cuando vio las posibilidades empresariales que ofrecía y consiguió que Barcelona se convirtiera en un referente de las corridas a nivel nacional. Especializado en el ocio, Balañá también era propietario de varias salas de cine.

La afición a los toros en Cataluña también favoreció la aparición de toreros catalanes. El primero fue Pere Ayxelà Peroy (1824-1892). Hijo de Torredembarra, Peroy aprendió a torear a Nimes, en el sur de Francia (el otro país referencial en el arte de los toros) e importó las maneras típicas de las corridas de toros francesas, pero las readaptó y fusionó al estilo nacional que se estaba creando en aquel momento. Reconocido más por su valentía y su habilidad que por su arte, Peroy triunfó en Francia, en España y sobre todo en América, dónde vivió durante muchos años.

Cronológicamente, el otro torero catalán que apareció fue Mario Cabré, cualificado, según el crítico Antonio González, como el mejor del segundo tercio del siglo XX.

Pero en Cataluña han surgido también otros personajes importantes del mundo de los toros como por ejemplo Juli Aparici (1865-1897); Eugeni Ventoldrà Niubó (1895); Carmel Tusquellas Fuerzan (1893-1967); Joaquim Bernadó (1936) amigo de Cabré, que destacó por su estilo elegante con la capa y la muleta. O también el banderillero José Bayard Cortés (1858-1906) que introdujo importantes variaciones en el vestido de picador, renovó las técnicas del rajoneo y modernizó la pica.

La pasión torera fue desapareciendo de Cataluña, despacio y por razones diversas. Uno de los factores más importantes es la carencia de ganaderías propias. Los toros de lídia (para torear) venían de otras provincias y esto encarecía las corridas. Otro factor fue la implantación masiva del cine en todas partes. Tal y como pasó con el teatro, el público se especializó y se repartió. Por otro lado, empresarios como Pedro Balañá vieron que era más rentable abrir salas de cine, que organizar corridas.

Otro factor importante es el aumento en la sociedad de una conciencia a favor de los derechos de los animales.

Otro factor, y quizás el más crucial, va más atado a la política y a la cultura propia del país. Es indudable que Cataluña ha sido un referente de la tauromaquia nacional y mundial durante muchos años, pero en un momento político en qué Cataluña necesitaba crear una identidad que la diferenciara del resto de España, se optó por esconder una tradición compartida con el resto de la Nación.

jueves, 3 de diciembre de 2009

Cataluña, América y la Hispanidad (I)


Como es sabido, las políticas uniformadoras de que siempre hicieron gala los borbones comportaron que su primer representante en España -Felipe V- abriera a la antigua Corona de Aragón, sin ningún tipo de cortapisas ni restricciones, las posesiones españolas en América. (Recordemos que la citada Corona de Aragón incluía el antiguo Reino de Aragón, Cataluña y los reinos de Valencia y Mallorca; sin contar otras importantes posesiones en el Mediterráneo.)

Es por esta carta de libertad que se le concede para comerciar y ejercer cargos públicos en América por lo que el número de catalanes que, a lo largo del s. XVIII e incluso del XIX -en las colonias que aún quedaban-, ejercen papeles de relevancia en el Imperio español de América es francamente más que importante. Pero esta importancia pocos pueden imaginarse que se hubiese, igualmente, dado -como en efecto sucedió- desde el primer momento del descubrimiento del continente y a lo largo, también, de los siglos XVI y XVII. No parece concebible que los catalanes pudiesen haber tenido, prácticamente, presencia durante las dos primeras centurias de la gesta americana a tenor de que los pactos que se derivan de la unificación de los diferentes reinos y coronas de España, a finales del s. XIV, gracias al matrimonio entre Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón, "cedían", por un lado, a la Corona de Aragón el campo de acción sobre las tierras situadas al este de la Península Ibérica y, por otro, al Reino de Castilla las situadas al oeste de la misma. Pero una cosa era que la Corona de Aragón no tuviera competencia para emprender empresas de carácter oficial en América y otra bien distinta era que no se pudiese participar a título individual en las empresas organizadas por el Reino de Castilla.

A muchos, sin duda, sorprenderá el número de catalanes que participaron ya desde los viajes del mismísimo Cristóbal Colón. Y más aún sorprenderá la importancia de los cargos y/o funciones que ejercieron.

CATALUÑA, AMÉRICA Y LA HISPANIDAD

“¡Colom! També l’estrella del mar aquí invocava,
l’estrella que la terra promesa li ha mostrat,
per ço en lo primer temple que América fundava
se col la Moreneta gentil de Montserrat”.

Mossèn Cinto Verdaguer


"¡Colón! También la estrella de mar aquí invocaba,
la estrella que la tierra prometida le ha mostrado,
por eso en el primer templo que América fundaba
se cuela la Moreneta gentil de Montserrat".

Sacerdote Jacinto Verdaguer


  "...la colonización indiana es de todas las nacionalidades españolas: de todas ellas son los misioneros, soldados y negociantes que luchan, descubren, gobiernan, fundan y pueblan. Digámoslo con sus palabras: el descubrimiento de América se convirtió en alianza y base de interés común, contribuyendo poderosamente a la unidad de España. Y no en vano Colón llamó Hispaniola (y no Castellana) la primera isla ocupada. Al hacerlo, y lo supiera o no, dejó impreso en el descubrimiento el sello de consagración de la unidad de España" (1)

Quien así se pronunció fue Víctor Balaguer, uno de los padres de la Renaixença catalana, el último movimiento catalán de profundas reivindicaciones hispánicas; de un hispanismo suficientemente alejado del castellanismo y del secesionismo.

Posteriormente, el nacionalismo propalado por Rovira Virgili y tantos otros, enterró la vindicación hispánica de Cataluña y nos ha llevado hasta la actualidad donde todo vestigio de hispanidad es sinónimo de extranjero y, por tanto, poco o nada relacionado con Cataluña. Ante esto, reivindicamos que los catalanes fueron partícipes y protagonistas de la gran aventura hispánica que fue el descubrimiento de América (2).

Fue Luis de Santángel, miembro de la Corte Aragonesa, quien dio el apoyo económico a Cristóbal Colón ante la negativa de los prohombres de Castilla de acometer la aventura de ir a las Indias. Los Reyes Católicos consintieron el viaje después de las presiones del valenciano Santángel. Una vez llegado de su primer viaje a América, Colón fue recibido en Barcelona, concretamente en el Saló del Tinell. A pesar de las pocas crónicas que nos han llegado, el recibimiento que le tributó el pueblo de Barcelona fue entusiasta.

Bernat de Boïl, catalán, ermitaño en Montserrat y consejero del rey Fernando el Católico, y doce monjes (3) de Montserrat, emprendieron al lado de Colón el segundo viaje a América. Boïl fue encomendado Vicario Apostólico de las Indias Occidentales. Las tres primeras iglesias fundadas en América por los españoles fueron dedicadas a Montserrat, Santa Tecla -patrona de Tarragona- y Santa Eulalia -patrona de Barcelona.

Pero lo cierto es que el nacionalismo, lo que niega es la participación de los catalanes en el descubrimiento militar y que Castilla nos apartó del comercio con América (4). Ante la poca consistencia de los planteamientos negacionistas de la presencia catalana, haremos una pequeña pero significativa relación de los catalanes conquistadores de América (5).

Lo que llama la atención, es que fuera un catalán, Jaume Ferrer de Blanes (hijo del municipio gerundense de Vidreres) quien fuera nombrado por los Reyes Católicos en 1.493 para fijar los límites entre España y Portugal en la América recién descubierta -cuestión zanjada en el Tratado de Tordesillas en 1.494.

El primer catalán en América fue Ramón Pané (s. XV, Santa Maria d’Ullà?), lugarteniente de Colón. Fue el primer hombre en publicar un escrito sobre las costumbres y las lenguas de un pueblo de América (6) y fue el primero en hablar una lengua americana. Como militares sobresalen: Joan Orpí Pou (nacido, en 1.593, en la localidad barcelonesa de Piera), conquistador de las zonas de Unare y Aragua y fundador de Nueva Barcelona y de San Pedro Mártir -esta zona fue llamada 'Nueva Cataluña', pero después pasó a la jurisdicción de Cunamá-; Pere Margarit (Castell de l’Empordà, s. XV), compañero de Colón y jefe de la expedición militar, dio nombre a las islas Margaritas en el Caribe; Miquel Ballester (Tarragona, s. XV), alcalde de la isla Hispaniola e inventor del primer ingenio productor de azúcar en 1.498; Joan de Serrallonga (Igualada, s. XV), codescubridor de “Terra Nova”; Joan Grau de Toloriu, mano derecha de Hernán Cortés; Bartolomeu Ferrer, jefe de la expedición española a Tehuantepec; Jaume Rasquí, jefe de la expedición a Río de la Plata; Miquel de Rifòs, mano derecha de los Cabot en las primeras expediciones; Pere Alberni Teixidor (Tortosa, 1741), miembro de los voluntarios catalanes, exploró el Pacífico Norte y descubrió una isla que bautizó como Isla Catalana y que hoy en día se llama Catalan Island en la Columbia Británica; Pere Fages Beleta (Guissona, 1.734), coronel del ejército español, gobernador de California, aventurero y descubridor de Sacramento, el desierto de Mojave, Los Tulares, San Gabriel y muchísimos lugares más; Francesc Jorba Ferran (Sant Sadurní, 1746), miembro del cuerpo de “Voluntarios de Cataluña”, fundó el pueblo de Yorba Linda; Esteve Rodríguez Miró (1744), teniente coronel, fundó Nuevo Madrid en Mirrouri, Monroe a partir del originario Fuente Miró y Sant Stephen a partir del Fuerte de San Esteban. Y así muchísimos más catalanes en la aventura americana.

Como comerciantes, cabe mencionar a Joan Claret (Barcelona, s. XVI), que dedicó la mayor parte de su fortuna personal a financiar expediciones a América, como la de la familia Cabot a Río de la Plata; Salvador Samà Martí (Vilanova, 1.797), coronel del ejército, fundó el Banco Español en Cuba y el dique de La Habana.

El funcionariado también tuvo una amplia representación catalana, encabezada por el catalán más conocido de la aventura americana, Gaspar de Portolà Rovira (Balaguer, 1.717) (7), coronel del ejército, descubridor de la bahía de San Francisco, San Diego y Monterrey y gobernador de California; Gabriel Avilés Fierro (Vic, 1.735), capitán general del Reino de Chile y Virrey del Reino de la Plata y del Perú (8); Pere Castany (Barcelona, 1.750), presidente de la policía y seguridad de Méjico y oidor de la Audiencia de la Nueva Granada; Ambrosi Cerdà y Simó Pontero (hijos de Barcelona del s. XVIII), oidor en Chile el primero y presidente de la Audiencia de Guatemala el segundo; Esteve Miró Sabater (s. XVIII), gobernador de Tucumán; Ignasi Sala, gobernador de Cartagena de Indias; Pere Carbonell, gobernador de Venezuela de 1.792 a 1.799; Joaquim d’Alòs, gobernador de Paraguay y comandante militar de Cuzco; Antoni Oleguer Feliu, Virrey del Río de la Plata; Francesc Romà Rossell (Barcelona, 1.730), Virrey e Intendente de Yucatán.

Y el funcionario más conocido que ha dado Cataluña ha sido Manuel Amat Juyent (Vacarisses, 1.707), Teniente General, hijo del Marqués de Castellbell y primo del Barón de Maldà. En 1.761 fue designado presidente de la Audiencia de Lima y Virrey del Perú, creando un cuerpo del ejército español bajo la advocación de La Mare de Déu de Montserrat (Madre de Dios de Montserrat). Este cuerpo participará en las expediciones de descubrimiento de importantes islas del Pacífico, como por ejemplo las de Tahití en 1.771. El Virrey Amat volvió a Barcelona y construyó su residencia, conocida hoy como el Palau de la Virreina (Palacio de la Virreina).

Como historiador de la gesta hispánica sobresale por encima de todos Joan Cristòfor Calbet d’Estrella (Sabadell, 1.505), escritor y cronista real de las Indias, miembro de la Corte española y preceptor de los príncipes. Escribió una crónica sobre la conquista del Perú, "Rebelión de Pizarro en Perú y vida de Don Pedro Gasca" y fue biógrafo del Emperador Carlos V (9).

Como eclesiásticos citar a Sant Antoni Maria Claret Clarà (Sallent 1.807), el fundador de los Claretianos, obispo de Santiago de Cuba donde luchó en contra de la esclavitud y quien fue un destacado defensor de la españolidad de la isla (10) y más tarde fue nombrado confesor de la Reina Isabel y custodio del monasterio de El Escorial. Feliu de Tàrrega (Tàrrega, 1.727), evangelizador del Orinoco y Caroní, fundó San Pedro de Tipurúa; Josep Alemany Cunill (Vic, 1.814), evangelizó Nevada, California y UTA; Pere Claver Sobocano (Verdú d’Urgell, 1.580), conocido como Sant Pere Claver, misionero en Nueva Granada y protector de esclavos; Narcís Coll Prat (Cornellà de Terri, 1.754), arzobispo de Venezuela; Miquel Doménech Veciana (Reus, 1.816), misionero en Missouri; Francesc Fleix Solans (Lérida, 1.804), obispo de Puerto Rico; Miquel Francesch (Barcelona, s. XVIII), misionero en Guatemala; Benet Garret Arloví (Agramunt, 1.665), obispo de Nicaragua; Marià Martí Estadella (Bràfim, 1.719), obispo de Puerto Rico; Benet Maria Moixó Francolí (Cervera, 1.763), obispo de Charcas y auxiliar de Michoacán, destacó en la lucha contra la insurrección independentista; los jesuitas Josep Paramàs, Bernat Ibáñez, Dídac González y Josep Solís que evangelizaron a los indios guaranís del Alto Paraná en 1.775. Y muchos otros capellanes, frailes, monjes o seglares que participaron en la evangelización del nuevo continente.

Esto no ha sido más que una breve relación de personajes catalanes que junto con extremeños, castellanos, vascos o gallegos, forjaron la Hispanidad, concepto que Raholas, Convergentes y Republicanos nos quieren escamotear para convertirla en una celebración vergonzosa y extraña a los catalanes.

Para acabar, unas estrofas de la Atlàntida de Mossèn Jacint Verdaguer, de lectura obligatoria para todos los hispanistas catalanes, canto sublime a Cataluña, América y la Hispanidad:

“...Troba Colon navilis, i en llur tosca
ala afrontant, magnànim, la mar fosca,
la humanitat li dóna el nom de boig;
al geni que la duia, en sa volada
de promissió a la terra somniada,
com Moisés per les aigües del Mar Roig.
Lo savi ancià, que des d’un cim l’obira,
sent estremir lo cor com una lira;
veu de l’àngel d’Espanya, hermós i bell,
que ahir amb ses ales d’or cobrí a Granada,
eixamplar-les avui com l’estelada
i fer-ne l’ampla terra son mantell.
Veu murgonar amb l’espanyol imperi
l’arbre sant de la creu a altre hemisferi
i el món a la seva ombra reflorir;
encarnar-s’hi del cel la saviesa;
i diu a qui s’enlaira a sa escomesa:
-Vola, Colon...; ara jo puc morir!" (11)


"...Encuentra Colón navíos, y en su tosca
ala afrontando, magnánimo la mar oscura,
la humanidad le da el nombre de loco;
al genio que la llevaba en su vuelo
de promisión a la tierra soñada,
como Moisés por las aguas del Mar Rojo.
El sabio anciano que desde una cima la avista,
siente estremecer el corazón como una lira;
voz del ángel de España, hermoso y bello,
que ayer con sus alas de oro cubrió a Granada,
ensancharlas hoy como la estrellada
y hacer de la ancha tierra su manto.
Ve murgonar con el español imperio
el árbol santo de la cruz en el otro hemisferio
y el mundo a su sombra reflorecer;
encarnarse del cielo la sabiduría;
y dice a quien se eleva a su acometida:
-¡Vuela,Colón...;ahora ya puedo morir!"

Notas:

1). Víctor Balaguer. Conferencia pronunciada en 1.892 y citada en el libro "Els catalans a les Índies" de Josep Maria Bernades, 1.992. Comissió América i Catalunya.

2). El precursor de la idea de la Hispanidad fue el escritor vasco Ramón de Basterra Zabala. La primera conmemoración del Día de la Hispanidad celebrada en España fue realizada en Barcelona, en la casa de América el 12 de octubre de 1.911. Esta iniciativa fue recogida por el periodista asturiano José María González por tal de hacer de esta fecha fiesta nacional de España.

3). El nacionalismo intenta negar la evidencia de la catalanidad de los primeros evangelizadores de América. Se puede leer "Els primers missioners d’Amèrica foren catalans?" ("¿Los primeros misioneros de América fueron catalanes?") de Pere Català Roca, Dalmau Editors.

4). "Cataluña en la carrera de las Indias", Carlos Martínez Shaw. 1981. Se recomienda el libro de este profesor de Historia de la Universitat de Barcelona, en el que demuestra que Cataluña no fue excluida del comercio con América.

5). Para tenir una relación amplia de personajes, a pesar de la tergiversación nacionalista del libro, se puede mirar "200 catalans a les Amèriques", Comissió Catalana del Cinquè Centenari del Descobriment d’Amèrica (Comisión Catalana del Quinto Centenario del Descubrimiento de América).

6). "Relación acerca de las antigüedades de los indios". 1.498. Todos los países americanos tienen una escuela dedicada a este catalàn.

7). "Contribució a una biografia de Gaspar de Portolà", J. Carner Ribalta, Dalmau Editors. En este libro nos habla de que los catalanes que lo siguieron bautizaron la tierra descubierta como la tierra de la calç i el forn -cal y horno- (Califòrnia).

8). Fue conocido como el “Virrey devoto” y que puso fin a las encomiendas dando la libertad y la propiedad de la terra a los indios guaranís. Creó el gobierno de Mairas.

9). Sobre este personaje se puede leer "El català Joan Cristòfol Calvet d’Estrella", de Puig Pujol. Episodis de la història, de Dalmau Editors.

10).Carta dirigida al Obispo de Vic Doctor Casadevall.

11)."L'Atlàntida", Jacint Verdaguer, ´Conclusió, somni d’Isabel´ (´Conclusión, sueño de Isabel´).