sábado, 1 de mayo de 2010

Joan Maragall


Junto a Verdaguer, la otra cumbre de la poesía catalana de la época de plenitud de la Renaixença fue Joan Maragall i Gorina.

Nació en Barcelona en el seno de una familia burguesa; hijo de un empresario de la industria textil. Se licenció en derecho en 1884, tras una breve e insatisfactoria experiencia como abogado, su verdadera vocación, la literatura, le llevaría a entrar en 1890 en el Diario de Barcelona.

Hacia 1880 había empezado a darse a conocer como poeta, principalmente gracias a sus traducciones de las obras de su admirado Goethe, aunque su primer volumen de poesías no aparecería hasta 1895.

Desde principios de la década de los noventa se sintió inclinado hacia el incipiente catalanismo político.

Durante años colaboró en diversas publicaciones además de el Diario de Barcelona, como La Veu de Catalunya, L´Avenç y Catalonia.

Llegó el nefasto 1898 y Maragall escribió artículos y poemas contra la intervención militar en las provincias ultramarinas y abogó por una política dirigida hacia la consecución del progreso económico, abandonando la que él consideraba errónea mentalidad militarista que, en nombre de la defensa del honor de la patria, sólo conseguiría la derrota y muerte de muchos soldados españoles.

El 6 de julio de 1898, tres días después de la derrota de la escuadra de Cervera en la batalla de Santiago de Cuba, Maragall publica su famosa Oda a Espanya, un canto de dolor, una elegía casi funeraria, que tiene mucho que ver con la voluntad de resurgir.

Siguiendo el camino señalado desde dos décadas atrás por Pi, Almirall y otros introductores de las ideas federalistas en los tiempos de la Primera República y años posteriores, Maragall consideró que la salvación de España habría de venir por la eliminación del centralismo –lo que él llamaba “la España muerta”- y su sustitución por una estructura federal que diera mayor autonomía y peso a las regiones, sobre todo a las periféricas, más industrializadas y aptas para el desarrollo económico. En su artículo Visca Espanya!, de 1907, defendió la idea de que el verdadero patriotismo español pasaba por la descentralización:

Porque en este Viva España caben todos los que quieren a España de verdad. Los únicos que no caben son los que no quieren caber, los enemigos de la España verdadera. ¿Españoles? ¡Sí! ¡Más que vosotros! ¡Viva España! Pero, ¿cómo ha de vivir España? No arrastrándose por los caminos provincianos del caciquismo; no agarrotada, como hasta ahora, en las ligaduras de un uniformismo que es contrario a su naturaleza (…) ha de vivir en la libertad de sus pueblos; cada uno libre en sí, cogiendo de su propia tierra su propia alma, y de la propia alma el propio gobierno, para rehacer todos juntos una España viva, gobernada libremente por sí misma. Así ha de vivir España. ¡Viva España!”.

Consideraba que Castilla, tras haber cumplido su labor histórica en los siglos en los que, por su pujanza y espíritu religioso, guerrero y aventurero, había dirigido los destinos de toda España, se encontraba agotada y debía pasar el testigo de la gobernación a las regiones que, como Cataluña, habían demostrado una mayor adaptación a las realidades socio-políticas del siglo del industrialismo:

“El espíritu castellano ha concluido su misión en España (…). La nueva civilización es industrial, y Castilla no es industrial; el moderno espíritu es analítico, y Castilla no es analítica; los progresos materiales inducen al cosmopolitismo, y Castilla, metida en un centro de naturaleza africana, sin vistas al mar, es refractaria al cosmopolitismo europeo (…). Castilla ha concluido su misión directora y ha de pasar su cetro a otras manos. El sentimiento catalanista, en su agitación actual, no es otra cosa que el instinto de este cambio, de este renuevo. Favorecerle es hacer obra de vida para España, es recomponer una nueva España para el siglo nuevo; combatirle, directa o tortuosamente, es acelerar la descomposición total de la nacionalidad española y dejar que la recomposición se efectúe al fin fuera de la España muerta”.

Por este motivo creyó que el regionalismo habría de ser el camino por el que España encontraría se regeneración. Y para ello propuso que España se construyese en un Estado federal formado por los que consideraba sus tres grandes componentes: Castilla, Cataluña y Portugal. Maragall compartió con otros intelectuales catalanistas como Almirall, Casas Carbó y Prat de la Riba la idea de que mediante esta estructura federal sería incluso posible la reunificación con el país vecino, que aportaría la tercera parte que faltaba para lograr la España integral perdida en 1640.

Este ideal quedó reflejado en su Himne Ibèric, poema escrito en 1906.

Maragall echaba la culpa al peso de la España castellana, que arrastraba a las demás regiones por más que desde ellas se intentase renovar la política española. A pesar de ello –y de la contradicción de considerar que “la distinción entre las regiones vivas y las muertas no es rigurosamente geográfica”-, Maragall exigió a los catalanistas –sin gran éxito- que dirigiesen sus esfuerzos no hacia egoístas fines estrechamente catalanes, sino hacia la regeneración de la totalidad de España:

“El catalanismo para ser españolismo ha de ser heroico, y su primera heroicidad ha de ser la mayor; vencerse a sí mismo. Vencer el impulso de apartamiento en que nació; vencer sus rencores y sus impaciencias, y vencer un hermoso sueño”.

Maragall murió en su ciudad natal el 20 de diciembre de 1911. Miguel de Unamuno dedicó unas sentidas líneas a la muerte del amigo con el que había cruzado copiosa correspondencia a lo largo de los años:

“España acaba de perder a su más grande poeta contemporáneo, al que más adentro llegó de sus entrañas. Y llegó a las comunes entrañas ibéricas a través del alma de su Cataluña. A fuerza de catalán era honda, íntima, entrañadamente español”.

El 19 de mayo de 1912 fallecía Menéndez Pelayo, cinco meses después de Maragall y poco más de una año después de Joaquín Costa. De nuevo Unamuno, con ocasión de una nota necrológica dedicada a la muerte del insigne autor montañés, recordó la pérdida que para España había significado la desaparición de estas tres figuras del pensamiento y la política de aquellos días:

“Del pensador o filósofo, del creyente, habrá siempre mucho que decir, pero habrá también que reconocer siempre, por encima de su grandísimo talento, su intenso, su encendido, su noble patriotismo. Amó a España sobre todas las cosas de la tierra, como la amó Joaquín Costa, que tan poca distancia le ha precedido en la muerte, como la amó aquel nobilísimo poeta Juan Maragall. En poco tiempo hemos perdido tres de los más grandes, de los más puros españoles, mientras siguen chachareando tantos patrioteros”.

Marinos catalanes defendiendo su españolidad


En 1674, ante las pretensiones del cónsul flamenco en Cádiz de representar en la ciudad a las "naciones" radicadas en ella para el comercio colonial, el representante de los marinos catalanes escribe a la regente Mariana de Austria, madre de Carlos II, en los siguientes términos:

"Tener Cónsul en una parte y tierra es por las naciones, que son propiamente naciones, pero no por aquellos que son inmediatos vasallos de una Corona, como lo son los cathalanes de la Real Corona de S. M. (q.D.g.), los quales como a propios vasallos son y se nombran españoles, siendo como es indubitable que Cathaluña es España". Y prosugue: "No ha sido ni es de quitar a los cathalanes al ser tenidos por españoles, como lo son, y no por naciones".

Pau Gasol



Gran reflexión la del baloncestista de Sant Boi, en la revista ELLE:

"El triunfo de muchos deportistas ha puesto a este país en el mapa del mundo... Mi patria es España, mi barrio, mi colegio, mi infancia".



Pau Gasol en el periódico El Mundo.

“«¿De dónde saliste tú?», me han preguntado muchas veces. Yo respondo: «Pues de mi madre y de mi padre, de Barcelona, de España»”.








Mensaje de Pau Gasol para la afición española


http://www.youtube.com/watch?v=QNuFRf8Aaqw


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