domingo, 4 de diciembre de 2011

Valentí Almirall


Valentí Almirall i LLozer, nació en Barcelona el 8  de mayo de 1841.
Estudió en los mejores colegios de Barcelona, hablaba varias lenguas y se licenció en Derecho en 1863, si bien sólo intervino ante los tribunales en unas pocas ocasiones en defensa de publicaciones cercanas a su pensamiento.

Su actividad política relevante comenzó en 1868 al participar en la revolución que aquel año derrocó a Isabel II y ser designado concejal por la junta revolucionaria de Barcelona.

Alistado en las filas republicano-federalistas encabezadas por Pi i Margall, dio a la luz sus primeros escritos políticos, como Guerra a Madrid y Bases para la Constitución federal de la Nación Española y para el Estado de Cataluña, dirigidos a propagar su ideario federalista y contrario a la administración centralista.
Durante sus años de actividad política publicó varios cientos de artículos, la mayoría de ellos en castellano, que ejercieron gran influencia en el incipiente catalanismo político.

A lo largo de su vida promovió y dirigió varias publicaciones de ideología republicana federal. Una de las más importantes fue El Estado Catalán, autotitulado diario republicano-federalista intransigente, que se editó en Barcelona de julio de 1869 a junio de 1870 y en Madrid, ya proclamada la Primera República, de marzo a junio de 1873, tras lo que habría de cerrar a causa de sus muy escasas ventas. De mayo de 1879 a junio de 1881 publicó el Diari Català, que pasaría a la historia por ser el primer diario en lengua catalana.

En 1881 rompió con Pi i Maragall, por considerarle el dirigente federalista de Madrid, mientras él pretendía hacer una política más centrada en Cataluña y sus problemas.

En 1880 organizó el primer Congreso Catalanista, en el que se evidenciaron dos bloques: por un lado estaban quienes, representados por la revista La Renaixença, centraban su interés en la recuperación de la cultura y tradiciones catalanas; por otro, entre los que estaba Almirall, estaban los que estaban interesados en dar un enfoque político a sus reivindicaciones.
Valentí Almirall fue el primer y principal promotor del salto hacia la política que el catalanismo, hasta entonces dedicado a las labores lingüísticas y culturales, acabó dando en los años finales del siglo XIX, sobre todo a partir del desastre de 1898.

Marcelino Menéndez Pelayo, que tanto apoyo había dado al esfuerzo recuperador de la lengua catalana y que tanto había colaborado con los autores de la Renaixença, criticó duramente la deriva del catalanismo y lamentaba que se desvirtuara el carácter literario que tuvo al principio.

Almirall formó parte de la comisión que en 1885 redactaron y presentaron a Alfonso XII un informe titulado: Memorial de Greuges (Memorial de Agravios), junto a Mariano Maspons, Àngel Guimerà y Jacinto Verdaguer:



En 1886 Almirall publicó su obra fundamental, Lo catalanisme, primera exposición sistemática de la doctrina política catalanista. Aunque esta obra resulta un pilar básico para nacionalistas e independentistas Almirall combatió siempre la idea de que la solución para Cataluña era el separatismo:

"Nosotros no aspiramos a la independencia. Por muchos y grandes que sean los agravios recibidos; por más degenerados que nos veamos por culpa en gran parte de otros, no hay hoy en Cataluña quien sea reflexivamente separatista, ni lo seremos sino en el último extremo (...) El catalanismo regionalista aspira, sí, a romper la unidad uniformadora que nos oprime, pero con igual fuerza desea la unión que ha de darnos salud y fuerza”.

Almirall moría en su ciudad natal el 20 de junio de 1904, dos años después de haber publicado su obra capital, Lo catalanismo, en castellano. Para dicha edición escribió un prólogo que ha sido sistemáticamente olvidado y ocultado, incluso ha sido eliminado de las reediciones, durante un siglo.

Ésta es la transcripción de buena parte de dicho prólogo:

"A muchos se hará extraño que, después de algunos años de apartamiento completo de la vida pública y teniendo o poco menos (puesto ya el pie en el estribo), salgamos ahora con una edición, en castellano por añadidura, de nuestras obras y escritos políticos y literarios, que quizá aparecerán trasnochados y pasados de moda y aun ridículos a los ojos de esta generación de catalanistas que a fuerza de exageraciones patrioteras ha llegado a descubrir  que, como los antiguos griegos, pero sin tener los fundamentos que éstos tenían, ha de declarar bárbaros a los no catalanes, y aun a los que no piensan, hablan y rezan como ellos, aunque hayan nacido en Cataluña.
Precisamente volvemos a publicarlos, y lo hemos puesto en la lengua más general de la nación de que formamos parte, para que sean más los que nos comprendan y evitar así que jamás se pueda por nadie con aquéllos confundírsenos.

Fuimos los primeros, o de los primeros a lo menos, en pregonar y propagar las excelencias del regionalismo en general y las ventajas que del mismo podría reportar nuestra patria catalana, y no han pasado todavía treinta años que hemos de hacer constar que nada tenemos de común con el catalanismo o regionalismo al uso, que pretende sintetizar sus deseos y aspiraciones en un canto de odio y fanatismo, resucitado o medio resucitado de un período anormal y funesto de la historia de nuestras disensiones.

Desde que en 1869 condensamos las teorías federalistas con aplicación a nuestra patria (...) siempre hemos visto en el federalismo regionalista (...) la más perfeccionada organización política de cuantas se han ideado para hacer posible la unión de mayor número de pueblos, espontáneamente y sin necesidad de atentar a sus autonomías.
Además de tales ventajas de carácter general y verdaderamente civilizador, siempre hemos visto y pregonado en el federalismo regionalista la particular de ser el sistema de organización que mejor se ha de adaptar a las regiones de España en general, y en especial a la nuestra. De manera que para nosotros es circunstancia afortunada el poder simultáneamente trabajar en pro de nuestra región y de la nación que formamos parte, contribuyendo con ello además a la general mejora y al progreso humano.

¡Que distancia tan enorme media entre nuestro regionalismo federalista que armoniza y une, y como el Hércules de la leyenda "separando junta" y esa tendencia que no se propone más que enemistad y separar!

En hora buena que los separatistas por odio y malquerencia sigan los procedimientos que crean que mejor les llevan a su objetivo, pero no finjan, ni mientan, ni pretendan engañarnos. El odio y el fanatismo sólo pueden dar frutos de destrucción y tiranía; jamás de unión y concordia. Pretender buscar la armonía entre las regiones españolas que han de vivir unidas, por el camino de los insultos, o al menos de los recelos, nos hace el efecto de dos que están prometidos para el matrimonio y emplean el tiempo que duran sus relaciones preparatorias en insultarse y rebajarse el uno al otro en competencia.
Todos hemos de ver el enemigo común en el sistema hasta hoy directivo de la organización nacional, y contra él nos hemos de considerar aliados y amigos todos los que somos sus víctimas.

Tal ha sido siempre nuestra convicción que hemos defendido y propagado desde hace treinta años. Nada tendría de extraño que durante tan larga fecha alguna vez nos hubiésemos dejado arrastrar por alguna preocupación momentánea y de detalle, pero en el fondo siempre nuestra propaganda ha tendido a nuestro ideal.
Jamás hemos entonado ni entonaremos Los Segadors, ni usaremos el insulto ni el desprecio para los hijos de ninguna de las regiones de España”
.

También dedicó Almirall unas líneas del prólogo a la cuestión lingüística:

"Respecto al uso hablado y escrito de nuestra lengua catalana, hemos siempre sostenido el mismo criterio y mantenido el mismo punto de vista. Por dignidad, por justicia, pedimos dentro de nuestra región y para los poderes o autoridades que la representan y dirigen, la cooficialidad o la igualdad de derechos entre aquélla y la general de España (...). Nunca hemos aspirado a imponerla, no ya a ninguna parte de España, pero ni aun a nuestra misma región: nos basta con poder hablarla y escribirla oficialmente y con que en ella deban entendernos y puedan en ella hacerse entender los que ocupan puestos oficiales (...). Pues que nuestro país posee dos lenguas, y una de éstas es de las que más extendidas están en el mundo civilizado, ya que todas las personas regularmente ilustradas hablan las dos y aun las más incultas mejor o peor las entienden, locos seríamos si no procuráramos conservar tal ventaja, siguiendo y mejorando su cultivo.
No tenemos ni nos importan un comino las excomuniones que nos valdrá esta exposición de nuestro criterio”.

Víctor Balaguer y la Patria


Víctor Balaguer, “Los Reyes Católicos, en Historia General de España”, página 516.

“En otros pueblos, sobre todo en sus literaturas, no existe ningún sentimiento predominante que les imprima sello y carácter, sucediendo, por lo general, que sus autores y sus poetas van a recoger sus ideas, sus asuntos y hasta su inspiración fuera del centro en que viven y se mueven; pero en los españoles; pero en el canto de Altabiskar de los eúskaros; pero en el poema del Cid de los castellanos; pero en el cancionero montañés de las regiones pirineas; pero en las añoranzas de los catalanes y en la morriña de los gallegos; pero en el castellano Cervantes y en el lemosín Ausias March y el lusitano Camoëns; pero en nuestros líricos del siglo de oro y en nuestros monumentales romanceros, hay un móvil que supera a todos, un sentimiento que a todos domina, que seduce, que arrastra, que se impone: la patria, la patria española con sus cielos esplendorosos que hacen pensar y creer en Dios; con sus mares inmensos e infinitos, que hacen pensar y también creer en la libertad y en la independencia; con sus agrias montañas que escalan el cielo y son hogar de leyendas y de glorias; con sus rios como el Duero y el Tajo que, naciendo en los montes de Castilla y de Aragón no quieren arrojarse en manos del Océano sin antes cruzar el Portugal, como para recordarle que es tierra española; con sus maravillas orientales de Córdoba y Granada, sus leyendas místicas de bizantinos cenobios, sus recuerdos de capa y espada de Madrid y de Toledo, sus anales caballerescos de León y Burgos, sus gesta épicas de la robusta Asturias, sus peregrinas tradiciones de la verde Galicia, sus empresas marítimas y sus fastos consulares de la ingente Cataluña, sus trovas levantinas de la bella Valencia, sus varoniles enseñanzas del indómito Aragón, sus rudas empresas de los valles eúskaros, sus dulces marinadas de las orillas mediterráneas, y sus estruendosas tormentas de las mares cantábricas: que todo es la patria, que todo es España, nuestra santa España para la cual emprende el astur la reconquista, para la cual canta Camöes en castellano, para la cual lidia el catalán en los riscos del Bruch y en los muros inmortales de Gerona, para la cual combate el navarro en Roncesvalles, para la cual Cristóbal Colón hace brotar un nuevo mundo de entre las olas, para la cual, en fin, el extremeño Hernán Cortés va a conquistar la Nueva España y el vasco Elcano a dar la vuelta al mundo; España, la tierra que nos sustenta, el cielo que nos cobija, la que es tumba de nuestro padres y ha de serlo de nuestros hijos, la bandera bajo cuyos pliegues todos cabemos, y la idea que nos une a todos y a todos nos hace hermanos”.

Porrón


El porrón es un recipiente tradicional español.




Su origen se encuentra en las regiones de Aragón, Valencia y Cataluña, y más tarde se extendió por todo el territorio español.


El escritor francés Alejandro Dumas en 1872 menciona en su libro “De París a Cádiz” como en las tierras de Aragón se bebía con una botella de cristal en lo que los lugareños mencionaban “a gargallo”.
El porrón es habitual en comidas populares i festivas. En Cataluña es frecuente en “calçotades” y “cargolades”.


Hay una tradición popular en Cataluña que dice que si por accidente una persona rompe un porrón y vierte el vino que contenía, es señal segura de buena suerte. Pero si se hace apropósito trae mala suerte.