Decir que el castellano no se impuso en Cataluña, sino que
fue acogido y adquirido por los catalanes, suena hoy a herejía
antinacionalista. Pero el hecho fue simplemente así. En 1557, Cristòfor Despuig
se enfadaba porque:
“Me escandalizo al ver
que hoy es tan abrazada la lengua castellana, hasta el interior de Barcelona,
por los propios señores y otros caballeros de Cataluña (…) Y no digo que la
castellana no sea lengua gentil y por tal tenida y también confieso que es
necesario que la sepan las personas principales porque es la española la que se
conoce en toda Europa”.
Por esa época se da a conocer en Barcelona Juan Boscán,
perteneciente a los “ciudadanos honrados”, gentes de alcurnia que hablaban en
catalán, leían literatura italiana y preveían que dominar el castellano sería
fructífero. Boscán se dio cuenta de que el futuro editorial estaba en escribir
al estilo italiano, pero en castellano. En 1534 tradujo El Cortesano de Baltasar Castiglione. El éxito fue inmediato y
continuó componiendo en castellano poesías al estilo itálico.
En Barcelona empezó a configurarse una incipiente industria
editorial en castellano que exportaba a toda España y al Nuevo Continente. Uno
de los primeros impresores que tuvieron esta visión comercial fue Juan de
Rosenbach, que obtuvo suculentos beneficios imprimiendo romances
castellanoviejos en pliegos sueltos. Además, Castilla se inundó de misales que
salían de las prensas de Montserrat.